POR: ABG. NILMARY BOSCÁN MALDONADO
Hay periodos de la vida que transcurren de forma normal y amena, en esos momentos nos sentimos plenos y tranquilos, pues todo va fluyendo de forma armónica, sin preocupaciones ni angustias, simplemente nos quedamos con el trajín del día a día. Durante estos ciclos, lo que hacemos se nos da con total facilidad, generando sentimientos de bienestar y felicidad.
Sucede que después de una temporada de plenitud, intempestivamente y sin previo aviso llegan los problemas, y entonces sentimos que se nos cae todo ese lindo ambiente en el que nos encontrábamos, nos toca la puerta la angustia, la ansiedad, las preocupaciones, la tristeza, el desespero y un sinfín de sentimientos que en el momento nos abruman, nos quejamos y renegamos de todo, emociones completamente normales al principio. En esta etapa lidiamos con todo lo negativo, haciendo a lo interno mil preguntas sin explicación alguna. Al inicio es difícil procesar el miedo a lo desconocido, el dolor o la angustia, pero paso a paso nos vamos adaptando a la situación, aunque no la aceptamos y mientras más fuerte es el problema menor es el nivel de conformidad, porque sencillamente pensamos que no merecemos es dolor que estamos atravesando. Es una reacción natural, porque esa dificultad aparece para arrebatarnos la tranquilidad momentáneamente.
Los problemas, crisis y dificultades, tienen fecha de caducidad, siempre culminan. Hay que tener en cuenta que, en ocasiones, la solución está en nuestras manos, pero hay otras que escapan de nuestro control, generando mayor angustia y desasosiego.
Sin embargo, está en nuestra fortaleza interna, tomar pausa, reflexionar para oxigenar la mente y el espíritu, para encarar el problema, utilizando herramientas que nos van a permitir librar la batalla. Lo primero es aceptar que existe esa situación que por el momento no vamos a cambiar y que nos va a acompañar por un tiempo incierto, pero con la seguridad que culminará. Luego de la aceptación, debemos entender que ese problema tiene un propósito en nuestra vida, que nos dejará una enseñanza sin lugar a dudas, es un reto a superar. Hay que tener humildad para aceptar el “chaparrón”.
La vida es un carrusel de altos y bajos, pero cuando llega la incertidumbre y el caos que nos mueve, es necesario hacer una pausa, sin apresurarnos a entender todo al instante, es menester, permitir que toda la situación se desenvuelva a su ritmo y lo que hoy no tiene explicación, mañana si lo tendrá. La incertidumbre viene con oportunidades, no estamos obligados a resolver todo de inmediato. Respirar, observar, soltar y confiar en el proceso, siendo contantes en los pasos que podamos dar para solucionar, si en nuestras manos está esa posibilidad.
La indignación no nos lleva a ninguna solución y a pesar que es válido tener sentimientos de rabia, tristeza y dolor, lo más importante es no quedarse allí, más bien, blindarse de fe y fortaleza para seguir avanzando hacia la luz. Es importante buscar el lado positivo de las dificultades, porque te permite afrontar mejor las situaciones estresantes, lo que reduce los efectos nocivos para la salud del estrés en tu cuerpo y mente. Muchas personas que han pasado por situaciones álgidas reciben grandes enseñanzas y son ejemplo digno a seguir de perseverancia y superación personal. Indudablemente toda historia tiene una moraleja.
Los problemas tienen fecha de culminación sin lugar a dudas, nos dejan buenas enseñanzas y nos fortalecen para seguir en el camino de la vida.
Abg. Nilmary Boscán Maldonado
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