POR: P. JOSÉ ANDRÉS BRAVO H.
«¡Que hermosos sobre las montañas los pies del Mensajero que anuncia la Paz, que trae la Buena Nueva y proclama la Salvación, que dice a Sión: ya reina tu Dios» (Is 52,7). Con esta expresión que suena a lira cantarina, el Profeta sintetiza tanto la promesa de Yahvéh a su Pueblo, como la esperanza de éste. Este anuncio da sentido a la historia.
Pero, el que Dios reine no es sólo el objetivo fundamental de la Profecía de Israel, sino también es el centro de predicación y de la vida misma de Jesucristo. Es la Buena Noticia, el Evangelio. De ahí que ante el interrogatorio de Pilato, Él no teme hablar de su Reino, porque para eso ha venido al mundo. Nosotros cantamos también con el Profeta que son hermosos los pies de quien en la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, anuncia con palabras y obras que el Señor Reina, ya que éste es también el contenido central de la Evangelización, tal como lo enseña el Papa Pablo VI en la Evangelii nutiandi (EN): «No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios» (EN 22).
El Reino de Dios es, en la predicación de Jesús, una novedad. Él no sólo anuncia un futuro reino, sino que habla de un acontecimiento salvífico que se realiza con su presencia, con sus palabras y con su misión. Dios gobierna renovando todas las relaciones interhumanas y humano-divinas. La reconciliación es signo del Reinado de Dios en el mundo. Así, siendo el Reino un don amoroso de Dios, se requiere por parte de las personas la conversión y la fe: «El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mt 1,15).
El Reino está entre nosotros con la misma presencia del Hijo de Dios. Cuando, en la Sinagoga de Nazaret, Jesús lee al Profeta Isaías donde se dice que es enviado a predicar a los pobres la Buena Noticia, a anunciar el año de gracia del Señor, termina con estas palabras: «Hoy se ha cumplido entre ustedes esta Escritura» (Lc 4,21). En otra oportunidad sentencia: «Si yo expulso los demonios con el poder del Espíritu de Dios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios» (Mt 12,28).
El Reino de Dios es como una semilla que va creciendo en nuestra historia hasta su realización definitiva. Es el fin y, por tanto, el sentido de la historia. Es ésta la esperanza que nos mueve a caminar unidos en comunión fraterna. El Misterio revelado aún en parábolas (cf. Mc 4). Esto nos motiva a la acción y a la oración permanente: «Venga a nosotros tu Reino» (Mt 6,10; Lc 11,2).
Dios se revela en Jesús restablecimiento el orden amoroso de su creación que el pecado había destruido. Los milagros son signos de esta Verdad. Lo notamos cuando vivimos los valores queridos por Dios: el amor, la vida, la gracia, la libertad, la justicia, la paz y la fraternidad.
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