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El morbo a mil por ciento

Hoy día vemos con preocupación y asombro como un sentimiento tan noble como la compasión ante el dolor ajeno se está agotando en el corazón de la humanidad. Es lamentable ver como el morbo de una gran parte de la sociedad universal se recrea en la muerte, en el abuso, en la violencia, en la sangre humana. Parece mentira que la viralización de un video a través de las redes sociales dependa precisamente de la cantidad de morbo que contenga, convirtiendo en un show las miserias humanas más profundas.

Escenas explícitas de agresiones a mujeres, poblaciones vulnerables, maltrato animal e incluso homicidios o muertes, son parte de los contenidos que más comparten los usuarios en redes sociales. Qué nos ha pasado. Los videos violentos se esparcen de forma masiva y rápida, emigrando de plataformas como Facebook e Instagram hacia WhatsApp y otras. Pero, ¿por qué resulta tan atractivo publicar este tipo de material violento o falso en las redes sociales? Porque aumenta considerablemente las audiencias y sus ganancias por el contenido en sus plataformas. En pocas palabras la satisfacción de nuestro morbo nos convierte en unos verdaderos monstruos cibernéticos.

Se observa tanta sangre caliente en pantalla, llegando a extremos de banalizar la violencia. Se ha hecho un comercio de la desgracia ajena. Lo peor es que nos divierte. Es mejor grabar como te matan que hacer algo por evitarlo. Se está perdiendo el respeto por la vida a tal punto que por ganar unos cuantos like que se traduzcan en dinero contante y sonante proveído por las plataformas, se guardan los escrúpulos en una alforja rota, para tomar nuestros celulares y grabar directamente al rostro de un cadáver sangriento víctima de la violencia que desnaturaliza a la humanidad.

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Estamos viviendo un proceso de aculturación de la violencia, al imponer a la fuerza la nueva cultura del morbo, del voyeurismo, el amarillismo, que lleva a perder esa parte humana, ocasionando que al colectivo no le importe que hay allí un ser indefenso y en vez de ayudar, lo que hace es sacar el celular para grabar cuando lo correcto es ayudar, o por lo menos respetar a quien está en estado de indefensión. Esto manifiesta falta de solidaridad ante la tragedia.

Los expertos señalan entre los efectos sociales de una multiplicación de videos de esta naturaleza está el que los crímenes allí mostrados llegan a convertirse en costumbre; el dolor de las víctimas se mira con indiferencia y, sobre todo, el crimen deja de ser una tragedia para la sociedad y se transforman en mercancía.

Según la psiquiatría estos videos pueden generar efectos negativos para la salud mental. Crear pánico en personas susceptibles, por ejemplo. O por el contrario, “darle alas” a personas igualmente susceptibles para que cometan actos violentos.

Todo el mundo está afectado de una u otra manera, por eso los ecosistemas digitales tienen una responsabilidad muy grande de no estimular este tipo de vídeos y de informaciones morbosas.

El debate es si publicar o no sangre caliente

Las imágenes pueden ser con su buen uso medios sensibilizadores. Por ejemplo el caso del bebé hallado ahogado en una playa turca y que hizo sentir el drama de los migrantes. Pero, repetir estas imágenes innecesariamente puede producir insensibilidad colectiva. Antes de publicar hay que preguntarse si la imagen aporta información y si puede producir daño.

Ver sólo con un respiro profundo atacar a un delincuente a patadas, tubazos y hasta con fuego para enviarlo derecho al infierno a pagar por sus fechorías, no se queda en el simple estupor ante lo que observan; seguidamente hay un impulso a grabar lo que sucede para subirlo a las plataformas digitales, con miras a sensibilizar o para obtener unos 2 mil like por minutos como respuesta a lo que está pasando por la mente del emisor de ese mensaje violento.

¿Qué obtenían los espectadores con estos videos de muerte? ¿De asesinatos y masacres? ¿De accidentes automovilísticos, contratiempos médicos y accidentes en el trabajo? En un estudio de 2008 sobre los foros de Ogrish, Sue Tait, quien fue profesora de la Universidad de Canterbury en Christchurch, Nueva Zelanda, identificó cuatro “posturas de los espectadores”.

-Los que percibían el sufrimiento expuesto como una fuente de estimulación, para quienes el terror y el impacto equivalían a una forma de placer.

-Los que expresaban vulnerabilidad, tristeza o empatía.

-Espectadores que decían que estaban viendo los videos con el fin de prepararse para algo —un despliegue, un empleo difícil— y creían que podrían insensibilizarse de forma provechosa.

-Los espectadores que parecían creer que lo que estaban haciendo era necesario, como un acto de valentía o hasta cierto punto contracultural —en contra de los medios, en contra de la censura— o para ser testigos de alguna suerte de verdad.

En una entrevista, Tait recordó la manera en que algunos usuarios juzgaban videos en términos estéticos superficiales, y describían cómo sentían una “euforia” con ciertos tipos de videos y no con otros. “Pero aquí veíamos a personas que lo hacían intencionalmente, ya que algunas hablaban de la manera en que los disfrutaban y cómo su placer se reducía con el paso del tiempo”, dijo.

La magnitud del problema es tal que Facebook, por ejemplo, asegura tener 35.000 empleados dedicados en su empresa únicamente a recibir reportes de contenido violento. También usa un sistema de inteligencia artificial para quitar ese contenido de la plataforma.

Las compañías tecnológicas tienen el reto de frenar la difusión de odio y violencia, pero los usuarios igual tienen una responsabilidad al compartir este tipo de publicaciones. Es necesario ser consciente de lo que sucede cuando se topa con un video violento y decide reenviarlo a alguien más o compartirlo en su perfil.

El psicoanalista José Ramón Ubieto, docente de la Universidad Oberta de Catalunya (España), explica que estos videos se hacen virales porque “la violencia es un fenómeno que nos horroriza, procuramos salir corriendo ante una situación peligrosa, pero al mismo tiempo tiene un punto de fascinación”.

Señala dos razones por las que estos contenidos alcanzan mucha difusión: “En la pantalla se observa un acto violento sin correr peligro (algo que no pasa en la vida real) y también hay un deseo de reconocimiento humano de pronunciarse, opinar o denunciar un hecho indignante”, agrega el investigador en temas de la vida digital.

La recomendación de Ubieto al encontrar un video que muestre cualquier tipo de violencia es reportarlo (si se trata de una red social) o eliminarlo y evitar compartirlo (si le llega por una aplicación de mensajería). En WhatsApp no hay forma de evitar que un contenido circule porque es una plataforma con encriptación de punto a punto. Las plataformas no tienen interferencia en el contenido que allí se envía.

Se debe pensar antes en las personas cercanas a las víctimas: si el video se ve en muchas partes (WhatsApp, Facebook, medios de comunicación) estarán obligados a recordar una y otra vez un episodio doloroso de una persona querida. Póngase en los zapatos del otro. ¿Si le pasara a usted, quisiera ver a su familiar, en una situación indeseada, rodando en imágenes en redes?

Qué pasa con la viralización de las Fake News

Ahora bien otro tipo de viralización que despierta el morbo colectivo del internauta son las populares noticias basura (Fake News), como el anuncio del fallecimiento de artistas o deportistas, o mejor dicho personeros públicos, es un boom en las redes.

Te encuentras con Pedro Pérez y al preguntarle, “escuchaste la nueva canción de Shakira”, y que te responda grotescamente, “no chico si ella murió el año pasado en un accidente de tránsito”, y que tú aturdido le respondas, “no mijo y dónde lo leíste”, te responderá convencido: en la internet.

Hay falsas noticias que se quedan como ciertas en algunos cerebros mal informados, lo que nos lleva a pensar que en realidad el mundo está al revés.

Las mentiras, la desinformación y las noticias falsas no son nuevas; siempre han existido. Lo que ahora sucede es que la digitalización, el internet y las redes sociales han servido como una plataforma para que estos bulos cibernéticos tengan la posibilidad de propagarse con mayor facilidad.

Los conocedores del tema le están echando la culpa de todo a los bajos instintos de la internet que para aumentar sus audiencias aceptan la difusión de este tipo de noticias, en la actualidad Facebook está utilizado estrategias algo viables para contrarrestar esta situación, como notificar la falsedad de la noticia para que sepas que no es cierta, pero te da la potestad de compartirla o no, y ahí creo que radica una falla. Pues sencillamente debe negar su navegación.

El motivo de esta reflexión surge de un video que llegó a mi cuenta de Facebook y que enseguida lo identifiqué con la distorsión sentimental que está corroyendo el corazón y el alma de los internautas.

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