POR GLORIA CUENCA.
La igualdad entre los humanos es uno de los deseos y promesas más usadas por demagogos y politiqueros de todas las corrientes políticas. Sin embargo, se “llevan la Palma de Oro” izquierdistas y neo marxistas. Utilizan la angustia de quienes se sienten discriminados, para manipularlos ofreciéndoles la tan deseada “igualdad” una vez que se cumpla el sueño: “de hacer la revolución”. Interesante destacar, este es un deseo del humano desde tiempos inmemorables. A partir de la Revolución Francesa, con la consigna universal: “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, los humanos pasamos a la categoría de CIUDADANOS, implica que somos todos iguales ante la Ley. Es, lo más cercano, a la igualdad que existe en el Planeta tierra. Frente al amor de Dios somos iguales. Nos quiere a todos sin excepción, aun cuando premios, castigos y penas, serán diferentes, cada quien tiene una vida y un camino. Dios nos acepta con amor, nos perdona y acoge. Nuestro destino se decide con nuestra actuación en la vida. Cada “uno es cada uno” y de lo que hagas, consigas, logres, te arrepientas y perdones, por eso serás juzgado. No deberíamos olvidar esto.
Al sentirnos mal, por el motivo que sea: cuestión racial, social, económica, cultural, en lugar de la típica reacción de recogernos y sentir dentro de nosotros ese malestar, hay que ser capaz de mirar a quien nos está haciendo sentir mal; ¿por qué le doy el poder a otro/a para que me haga sentir mal o bien? Este es el punto. Sí la descalificación o la discriminación es evidente: no me dejan entrar a un sitio, me tratan con desprecio y hasta me maltratan, hay que recurrir a la autoridad, no existe ningún país que acepte la discriminación legalmente. Gracias a Nelson Mandela, quien acabó con el apartheid en Suráfrica, no es legal en ningún país. (Qué sepa) Mientras sea la sensación de la discriminación, sería “me siento mal.” Esto debe servirnos para analizarnos, reconocer la falla que pretendidamente se me “echa en cara” y me hace sentir mal. Dicho constantemente, nadie puede pretender agradar a todos, es decir, nadie es “monedita de oro”. Sí “le caes mal a alguien”, una persona educada no debería actuar en contra de otra, porque no le gusta. No es argumento para discriminar a nadie.
El deseo extendido de que, todos seamos iguales es complejo; estimula la demagogia de politiqueros. Quien no es igual al otro/a es, porque es “distinto/a” debe alegrarse, es maravilloso: ser único, nadie es igual a nadie. Hay un programa en TV por cable, llamado: “Desiguales”. Llama la atención, se decidieron a exaltar las características que hacen diferentes a un grupo de bellas y talentosas mujeres. De diferentes tipos y colores, todas hermosas e inteligentes. Eso hace valioso al programa. Es la primera vez, que sepa: se estimula la desigualdad.
¿Por qué y para qué se quiere ser igual? ¿Igual a quién? ¿De dónde viene esa necesidad? Queremos ser igual a quien admiramos o vemos superiores a nosotros/as. Al aceptarnos, al sabernos únicas/os al darnos cuenta de quienes y cómo somos, lo que queremos y por que luchamos.
La gente se ufana en decir, “soy igual a ti”. Cuando lo correcto es señalar: “tengo y tuve las mismas oportunidades que tú, por lo tanto, puedo alcanzar mis propias metas, y más aún, mis sueños, igual que tú”.
Resulta lamentable, oír “yo quería hacer una carrera universitaria y ser profesional. No pude. No tenía los medios, tuve que dedicarme a ganar dinero para mantenerme.” También es gratificante, cuando observas a gente adulta estudiando, bachillerato, una carrera o una especialidad, a pesar de que pasaron muchos años. Se trata de eso, de no quedarse con la frustración de algo, “que pudo haber sido y no fue”. La vida es un enorme reto. En oportunidades nos damos cuenta de eso, en otras no. Asumir con responsabilidad las consecuencias de nuestros actos es de las tareas a enfrentar a diario. A veces, nos equivocamos de buena fe. En otras, por descuido o insensatez, no hacemos lo correcto. Ya he escrito al respecto. Sin embargo, al hacernos conscientes de lo ocurrido, se puede pedir perdón, dar una explicación para aclarar lo que ocurrido o no hacer nada. Esta última opción no parece la más conveniente, ni la que puede aclarar lo ocurrido. Sin embargo, hay quien piensa: “Si aclaro, se oscurece más”. Hay que tener pendientes las soluciones asertivas para sentirnos bien, con nosotros mismos.
Creo imprescindible insistir en el tema de la imposible igualdad, y además, la maravilla que implica que seamos únicas/os. De la Revolución Americana, y especialmente desde la Francesa, el humano ha ido adquiriendo consciencia sobre su estado civil en el planeta. Ser ciudadano, es el mayor título al que, se puede aspirar. Recibir el trato igualitario al aplicar las normas constitucionales y jurídicas es el desiderátum de todos; es lo máximo. Lo otro son pamplinas e inventos: no somos iguales hombres y mujeres, obviamente, aun cuando recientemente, se ha pretendido no solo igualarnos, sino eliminar la existencia del sexo biológico. El mundo patas arriba, indudablemente. Iguales nunca, no me quiero parecer a ciertos millonarios/as que han obtenido su riqueza por “caminos verdes”. Ni a quienes tiene una moral equívoca, o simplemente no tienen ética.
¡Dios nos ampare!
–