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La devastación de los diarios sin un solo fósforo

por elregional
Erinson Piñero

Si con el abecedario ensayamos los primeros balbuceos de lectura, no fue otro medio que el periódico donde el mundo empezó a revelarse ante nuestros ojos.

Primero escuchamos a papá (o a mamá) en voz alta perorar la noticia y después, deslizando el dedo de izquierda a derecha, a su turno, nos decían “haber, aquí dice…”, y no sin cierta aprensión esperábamos lo otro, “ahora léame usted”.

¿Cuántas veces nos equivocamos más por miedo que por cabeza dura? Es algo que nadie puede recordar, pero de que nos asomamos a la vidriera de lo que sucedía afuera a través de ese modesto papel, es una vasta verdad “de aquí a Pekín”, como solía decirse en lenguaje popular.

Entonces esas grandes letras que anunciaban un novedoso acontecimiento se nos hacían tan necesarias al igual que el café bien caliente. Y tal vez por eso (ahora caigo en cuenta) a algunos de nosotros se nos metió el gusanillo de transitar el periodismo. Menudo meollo ese de leer a vuelo de pájaro los diarios, salir a la calle en zaranda, meter las narices donde sea y volver a la sala de redacción con todos los datos, atacarlos por diferentes flancos, hasta hacer una nota a tiempo y que valga el endemoniado trajín, y de paso deje -sobre todo eso- conforme al jefecito no menos ajetreado, que, con antelación, nos había advertido en su acostumbrado estribillo: “No quiero caliche”.

De estar en la calle, unos cuantos pasamos a dirigir cierta área del periódico, o promovidos de uno a otro departamento, que en mi caso me tocó en suerte hacerlo por 20 años en El Regional del Zulia, al frente de Deportes, Secretaría y por último en la jefatura de Información. Fueron años de pujanza, apogeo, esplendor e impensada caída del diario impreso de la Costa Oriental del Lago, junto a otros tantos de la región zuliana y de Venezuela toda. Una debacle que el régimen inició en cámara lenta; a la demora en la entrega de los dólares preferenciales siguió el control (a su ancho estilo de arrebatarlo todo) de la materia prima: papel, planchas, tinta…

La escena para el gran golpe contra los medios privados, tan incómodos a los gobiernos tiránicos, estaba sobre ruedas, bien maquinada y aceitada. Era cuestión de poco tiempo para que se le acabara el oxígeno a la mayoría de los periódicos o quedaran unos por ahí milagrosamente respirando, con la excepción de los estrictamente leales a la intolerancia y avasallaje de este experimento socialistoide y demoledor.

Así, de diarios pasaron a semanarios y luego a la periodicidad imprecisa e impuntual al modo de la vieja usanza de panfletos u octavillas sin recursos, cuyo eslogan rezaba: “Sale cuando pueda”. 

La historia refiere con elocuencia las barbaries que se cometieron en la edad antigua y el medioevo con el fin de silenciar el pensamiento racional y emergente. Una de ellas fue la quema de las ‘bibliotecas enemigas’ por los vencedores de las cruentas guerras, inquisidores religiosos o por simples caprichos de tiranuelos en sus propios dominios. Ingentes cantidades de libros y manuscritos fueron arrasadas por las llamas, y cientos de años de trabajo, experiencia, inventiva y sabiduría se transmutaron en humo al compás del crepitar de ‘los hijos de la madera’, que son los papiros y papeles. Desde la planicie, collados y altos montes podían verse las pavesas apuntar el cielo en señal de tan grave devastación, del imperdonable bibliocidio al que no pudo escapar la célebre Biblioteca de Alejandría. La muerte misma, simbolizada en el espectro y su guadaña, se había quedado ‘manicorta’ ante la enorme aniquilación incendiaria.

Y si bien no se puede cuantificar las pérdidas de aquel entonces, se me antoja que tal vez es menos posible calcular las sufridas en Venezuela por el acorralamiento y anulación de los medios impresos. Quizá no tanto por su valor intelectual como los libros, pero sí por su aporte a la información del momento, a la pluralidad de opiniones, al libre discernimiento, a su labor de denuncia, auxilio y reivindicación ciudadana, tal cual lo hizo a su estilo ‘El Regional’. Lo otro, toca el aspecto humano, sensitivo y trágico: la dolorosa cesantía y luego el duro peregrinar de los trabajadores de estos medios hacia suelos foráneos, muchos para hacer lo que sea por no dejar morir de hambre a sus familias, y en consecuencia perderse largos años de formación y valiosa pericia.

Ha transcurrido menos de un lustro de tal ensañamiento a hurtadillas, que se adelantó en parte a una posibilidad indeseable, vaticinada décadas atrás, en el sentido de que los periódicos hechos a papel sucumbirían frente a la poderosa y omnipresente red digital. La proyección se cierne sobre mediados de esta centuria o sus postrimerías, tal como se pronosticó en los años 40’ del siglo anterior con la radiodifusión tras el irrumpimiento de la señal televisiva… Pero ahí están las hondas hertzianas con su cotidiano perifoneo. Y la realidad de los demás países indica que está muy lejos la caducidad de los diarios tradicionales, puesto que, desde su propio nicho, ellos y los periódicos de la web, alternan en el afán de informar. No obstante, aquí, en tiempo récord, el Estado todopoderoso, centralista e insensato, logró, sin lanzar un solo fósforo, lo que al final bárbaros y fanáticos de eras pasadas no pudieron alcanzar con sus humeantes teas… La casi extinción de los medios impresos.

De allí que por desventura, pero no derrotados, la palabra Festejo quede para tiempos sin opresión ni nubarrones, de plenas libertades y renacimiento del país, cuando pletóricos de orgullo le digamos a los nietos con el diario vuelto a nuestras manos ¿qué dice aquí?, y ellos, bien asimilados a la lectura, pronuncien sin titubeo y al unísono: 

¡Todos celebran con El Regional del Zulia!

                                                    

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