Una década después, en el año en que perdieron a Kobe Bryant, en la temporada que pareció que nunca podría acabar, Los Angeles Lakers vuelven a reinar en la NBA. LeBron James y Anthony Davis lideraron un impecable esfuerzo colectivo para sellar la última victoria sobre Miami (93-106) y al fin, tras una carrera que ha durado más de medio siglo, dar caza a los Boston Celtics como la franquicia más laureada de la historia. 17 títulos contemplan a los dos gigantes. La inercia viste ahora de dorado y púrpura.
El anillo de campeones pone fin a una década en la que una de las grandes franquicias deportivas fue degradándose hasta acabar hecha un sainete: fracasos en el mercado, bandazos en la dirección deportiva, luchas de poder intestinas. Una caída en desgracia que cambió de curso con el fichaje de LeBron en 2018, aunque la resurrección necesitara una última catarsis. Fue el fracaso de la última temporada, y la presión de James, lo que empujó a la franquicia a empeñar todo lo prescindible por Anthony Davis. Y fue también lo que llevó a apostar por Frank Vogel, responsable en la sombra de un equipo soberbio.
Los Lakers cerraron con un triunfo apabullante sobre Miami la temporada más larga de la historia. 356 días desde aquella derrota en la jornada inaugural contra unos Clippers en la que muchos quisieron ver una premonición. Pero si en su camino hasta el anillo no se han cruzado con sus vecinos ni con los Milwaukee Bucks, los otros dos grandes favoritos, es porque ellos sí han logrado esa solidez que se presume a los campeones. Sin una rotación tan profunda pero sí mejor tirada, y con dos estrellas en perfecta sintonía, los californianos han reconquistado el título.
Sentenciaron con un partido al que no dejaron historia. En el sexto asalto Jimmy Butler pagó el sobreesfuerzo de los cuatro anteriores, Adebayo y Dragic sólo estaban en cuerpo (y a duras penas), y ningún secundario de Miami sumó lo que tocaba, pero por encima de todo eso quedó el increíble nivel defensivo de los Lakers.
En sus mejores noches, y esta fue una de ellas, los angelinos han sido una trituradora atrás, con Anthony Davis amenazando cada centímetro de parqué, LeBron comprometido en defensa como no lo estaba desde sus años en Miami y un esfuerzo coral encomiable.
Los Lakers no gastaron un minuto en anunciar que esta sería la noche de su coronación. Desde el salto inicial, desplegaron esa defensa demoledora que les ha dado encarnadura de campeones. Mordiendo por fuera, echando el cerrojo en la zona, asaltando líneas de pase, y lanzándose como lobos al contraataque con cada fallo y cada balón recuperado. Al descanso ya mandaban por 28 puntos, la segunda mayor ventaja de la historia desde la derrota que sufrieron ante los Celtics en el primer partido de las Finales de 1985. Se bautizó como la Masacre del Día de los Caídos, pero acabarían ganando el anillo.
LeBron James puso el broche final con 28 puntos, 14 rebotes y 10 asistencias. Anthony Davis, tras el susto del quinto partido, aportó 19 puntos y 15 rebotes. Y frente al apagón de los secundarios de Miami, el bisturí de Rajon Rondo (19 puntos, defensa y una claridad asombrosa), la anotación de Kentavious Caldwell-Pope (17) o la garra de Alex Caruso. El marcador final, maquillado en el último cuarto, no hizo justicia a la enorme superioridad de los Lakers.
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