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“LUÍS HERRERA CAMPÍNS: UN ADVERSARIO, UN AMIGO”

por Mileydi Piña
ANTONIO LEDEZMA 2024

POR ANTONIO LEDEZMA

Conocí a Luís Herrera Campíns en el fragor de la política venezolana, un campo donde las ideas se cruzan como relámpagos y las palabras pueden ser tanto puñales como puentes. Fui su adversario, parte de una generación distinta, con visiones que a menudo chocaban. Sin embargo, hoy escribo para honrar a un hombre cuya vida trasciende nuestras diferencias: un intelectual, político, parlamentario, periodista, exiliado, y sobre todo, un demócrata cuya filosofía, expresada en refranes y acciones, marcó una era.

Luis Herrera nació el 4 de mayo de 1925 en Acarigua, Portuguesa, en una Venezuela que aún buscaba su destino. Su formación intelectual fue robusta, forjada en las aulas universitarias dentro y fuera de Venezuela. Esos estudios fueron interrumpidos por la prisión y el exilio bajo la dictadura de Pérez Jiménez, y culminados, con sobrados méritos, en la Universidad de Santiago de Compostela en 1955. Como periodista, su pluma era un reflejo de su mente: aguda, clara, y siempre al servicio de la verdad. Fundó periódicos, escribió en diarios como “El Impulso y Panorama”, y colaboró en revistas estudiantiles, demostrando desde joven que las palabras podían mover montañas.

El exilio, un destino que compartimos cada quien en su respectivo tiempo, lo marcó profundamente. Perseguido por su militancia en Copei y su defensa de la democracia, vivió años en Inglaterra, Italia, España y Alemania, donde no solo estudió, sino que aprendió a mirar a Venezuela desde afuera, con una perspectiva que enriqueció su compromiso. Regresó en 1958, tras la caída de Pérez Jiménez, con una tolerancia que no era resignación, sino fortaleza: la capacidad de dialogar sin rencores.

Luís Herrera asumió la presidencia en 1979 con una preparación que pocos podían igualar. Había sido diputado, senador, y líder de la Organización Demócrata Cristiana de América Latina. Su gestión, sin embargo, no se mide solo por obras icónicas como el Metro de Caracas o el Teatro Teresa Carreño, aunque estas fueron monumentales. En sus cinco años, su gobierno ejecutó miles de proyectos: desde la electrificación de zonas rurales hasta la construcción de escuelas, hospitales y carreteras que conectaron rincones olvidados del país. Impulsó el acceso a viviendas dignas y programas de alimentación escolar, así como varios decretos que fortalecieron la educación y la cultura, ganándose el apodo de “Presidente Cultural”. En el ámbito internacional, firmó acuerdos como el de San José con México para suministrar petróleo a Centroamérica y el Caribe, apoyo el proceso de democratización de países centroamericanos, y sentó las bases para la internacionalización de PDVSA.

Pero si algo definía a Luís Herrera era su filosofía, destilada en refranes que no eran meras frases, sino advertencias, reflexiones y guías. Decía: “A comprar alpargatas, que lo que viene es joropo”, una expresión que capturaba su visión de los tiempos difíciles. Con ella, Luís Herrera no solo alertaba sobre los retos económicos que enfrentaría Venezuela, sino que invitaba a la resiliencia, a prepararse para bailar el ritmo frenético de la adversidad con coraje y dignidad. Otro de sus dichos, “El mar es mar hasta la orilla”, recordaba que nada está garantizado hasta el final, una lección de humildad para quienes se creían invencibles. Sus refranes eran su manera de hablarle al pueblo en su idioma, de transformar verdades complejas en sabiduría cotidiana.

Como adversario, no dudé en criticar su gestión. Recuerdo un día en que, tras unas declaraciones mías particularmente duras, recibí una carta suya. No era una reprimenda pública, sino una invitación privada a conversar. Aquel gesto me desconcertó. En nuestra reunión, no hallé al presidente altivo que esperaba, sino a un hombre que escuchaba con atención, que debatía con argumentos y que, aun en el desacuerdo, respetaba mis ideas. Desde entonces, las distancias se convirtieron en puentes, y forjamos una amistad que trascendió la política. Cada 4 de mayo, su cumpleaños, esperaba mi llamada, y entre risas y reflexiones, hablábamos de la Venezuela que ambos soñábamos, aunque desde orillas distintas.

Luís Herrera era tolerante, honesto y respetuoso, virtudes que vivía con naturalidad. Nunca lo vi aferrarse al poder ni despreciar a sus contrincantes. En 1984, entregó la presidencia a Jaime Lusinchi con una dignidad que hablaba de su fe en la democracia. Ese acto, tan simple y tan profundo, fue una lección: el poder es pasajero, pero los principios perduran.

Hoy, al recordar a Luís Herrera Campíns, pienso en el amigo que me enseñó que las ideas no deben dividirnos como personas. Su vida fue un testimonio de que se puede ser firme sin ser inflexible, de que se puede liderar escuchando. “Luís Herrera Campíns: Un adversario, un amigo”

@Alcaldeledezma

Antonioledezma.net

 

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