Por: Francisco Kiko Chávez
Cronista del Municipio Lagunillas
En la tranquila Acarigua, estado Portuguesa, cuna del llano venezolano, nació Luis Antonio Herrera Campins el 4 de mayo de 1925. Fue el hijo menor del contador Luis Antonio Herrera Muñoz y de Rosalía Campins, quien se dedicó a las labores del hogar. Su infancia transcurrió en un ambiente alejado del bullicio de la capital, en un pueblo donde sus primeros años estuvieron marcados por la educación primaria y la cercanía con las costumbres llaneras. Sin embargo, su vocación política comenzó a tomar forma en las aulas del colegio La Salle de Barquisimeto, donde su inquietud por los cambios sociales encontró un espacio para florecer.
Con la muerte de Juan Vicente Gómez y el fin de una dictadura que se prolongó por 27 años, surgieron movimientos estudiantiles que promovían la democracia. Uno de los más relevantes fue la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), donde Luis Herrera encontró el vehículo perfecto para su compromiso con el pensamiento social cristiano.
Su lucha por la democracia se fortaleció cuando se trasladó a Caracas para estudiar derecho en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Desde las aulas universitarias, continuó trabajando incansablemente por el crecimiento del movimiento social cristiano como una alternativa política para el país. Su esfuerzo contribuye para el nacimiento de COPEI, partido en el que militó con determinación y entrega.
Su compromiso con la organización lo llevó a desarrollar una fuerte pasión por el periodismo, convirtiéndose en una herramienta clave para la difusión de sus ideas. En 1946, comenzó su trayectoria en El Gráfico, el diario oficial de la tolda verde, donde pudo exponer sus pensamientos y reafirmar su vocación por la escritura. La prensa no solo le permitió analizar los acontecimientos políticos del país, sino que también le ofreció un espacio para consolidar su liderazgo intelectual dentro del movimiento social cristiano.
Sin embargo, el advenimiento de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez clausuró los espacios democráticos, obligándolo a exiliarse. Tras una breve estadía en Colombia, se trasladó a Santiago de Compostela para culminar sus estudios de derecho. Fueron seis años de aprendizaje lejos de Venezuela, en los cuales expandió su visión política y fortaleció su compromiso con la causa democrática. Durante su tiempo en España, unió fuerzas con otros compatriotas exiliados para crear TIELA (Triángulo Informativo Europa-Las Américas), una publicación clandestina que mantenía vivos los vínculos entre los opositores al régimen perezjimenista. La distancia no debilitó su propósito; por el contrario, el exilio lo convirtió en un actor clave en la resistencia intelectual contra la dictadura.
Con la caída del gobierno de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, regresó a Venezuela, trayendo consigo su título de abogado y un enriquecedor bagaje cultural. Su estancia en Europa le permitió aprender inglés, alemán e italiano, habilidades que sumarían a su perspectiva internacional sobre la política. A finales de ese mismo año, un viaje a Trujillo lo llevó a conocer a Betty Urdaneta, con quien se casaría en 1960 y formaría una familia de cinco hijos. El amor por su país, reflejado en su inquebrantable vocación política, se entrelazó con su nueva vida familiar, consolidando un equilibrio entre el servicio público y su hogar.
La carrera política de Herrera Campins incluyó los cargos de diputado por el estado Lara (1959-1974) y jefe de la bancada socialcristiana en el Congreso (1962-1969). En 1969, asumió la secretaría general de la Organización Demócrata-Cristiana de América Latina (ODCA). Aunque enfrentó oposición dentro de COPEI, su figura se fortaleció con el tiempo, consolidándose hasta ser el candidato presidencial del partido en las elecciones de 1978. En esos comicios, resultó electo Presidente de la República de Venezuela para el período 1979-1984.
Desde el inicio de su administración, priorizó la expansión de la acción estatal, orientando sus esfuerzos hacia el desarrollo educativo, deportivo y cultural, con especial atención en los sectores más vulnerables. Bajo su gobierno, se inauguraron el Teatro Teresa Carreño, el complejo Parque Central, el Estadio Brígido Iriarte y el Monumento a la Virgen de la Paz. Además, se puso en marcha la primera fase de la línea 1 del Metro de Caracas, un avance significativo en la modernización del transporte público. Su cercanía con el pueblo se reflejaba en su estilo particular de comunicación, enriquecido por refranes criollos que parecían siempre ajustarse a cada circunstancia y se convertían en una forma natural de conectar con la gente.
En el ámbito internacional, su administración se enfocó en la inestabilidad que sacudía Centroamérica y el Caribe, posicionándose como un promotor de la paz y la democracia a través de iniciativas como el Pacto de San José y el Grupo Contadora. A pesar de los esfuerzos por fortalecer la estabilidad democrática más allá de las fronteras venezolanas y continuar impulsando el desarrollo nacional, su gestión no estuvo exenta de desafíos. Uno de los momentos más críticos fue el denominado «Viernes Negro», un episodio que marcó la economía venezolana y dejó una huella profunda en su administración, enfrentando las dificultades de un país dependiente de la renta petrolera.
Al culminar su período presidencial a los 58 años, retomó su pasión por el periodismo, convirtiéndolo en una herramienta de análisis para reflexionar sobre la realidad nacional e internacional. La revista VOZ y CAMINO se convirtió en su espacio de expresión, permitiéndole seguir contribuyendo al debate político del país. En 1995, ante el deterioro de la democracia venezolana, decidió regresar activamente a la política, asumiendo nuevamente el liderazgo de COPEI y retornando a la presidencia de su partido con renovado compromiso. Hasta sus últimos días, mantuvo su vocación de servicio, guiado por su convicción de que Venezuela merecía un liderazgo comprometido con la estabilidad y el bienestar de su pueblo. El 9 de noviembre de 2007, a los 82 años, falleció serenamente, dejando como herencia una vida de entrega y dedicación a su país.
En el centenario de su natalicio, la figura de Luis Antonio Herrera Campins se alza en la memoria colectiva venezolana no solo como expresidente, sino como un hombre que encarnó valores fundamentales. Se recuerda su ética de trabajo, cimentada desde sus inicios y presente en cada etapa de su vida. Su rol como padre ejemplar reflejó su sentido de responsabilidad y compromiso con la sociedad, mientras que su faceta de periodista comprometido hizo de la palabra un instrumento de análisis y conciencia. Su conexión con el pueblo, fortalecida por su estilo espontáneo y cercano, consolidó la imagen del presidente «refranero», capaz de traducir con sencillez la sabiduría popular. Su esencia como político lo mantuvo siempre accesible, priorizando el contacto directo con la gente y la comprensión de sus necesidades. Su legado político es un testimonio de humildad y perseverancia, dos virtudes que lo guiaron en su incansable lucha por sus convicciones y por la construcción de una Venezuela más justa, dejando una huella imborrable en la historia del país.