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Niños Pandemia: la secuela

El COVID-19, una de las pandemias más agresivas de los últimos tiempos, sigue causando estragos a la población mundial, pese a una aparente disminución en su contagio. Si la epidemia del dengue, aparecida hace tres siglos atrás, aún sigue vivo entre nosotros, llevando a la muerte, sólo en 2019, a unas mil 534 personas en América; el Coronavirus, que lleva alrededor de 15 millones de muertos en todo el mundo, a casi tres años de su aparición, también sigue “vivito” entre nosotros.

Nuestros niños, con quienes la pandemia del Coronavirus fue muy noble, pues no eran tan vulnerables ante este mal de oscuridad, siendo los menos afectados en cuanto a contagio; ahora las secuelas del mortífero virus parecen haberlos alcanzado seriamente, ya que a los niños nacidos entre los años 2018 y 2021, la larga cuarentena sufrida, les está pasando factura.

Las medidas de restricción en sitios públicos, el uso de mascarillas, la excesiva utilización de móviles y TV, se incrementaron peligrosamente durante el confinamiento para poder ocupar el tiempo y amainar las energías de los niños durante el encierro obligado, provocando en ellos trastornos en su comportamiento que desde principios de este año 2022, están saliendo a luz.

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Los niños pandemia le llaman a esta nueva patología. Son infantes entre uno y cuatro años que no hablan, no interactúan, y tienen serios problemas de atención. Niños que se ensimismaron en sus pantallas digitales y drenaron su energía en la satisfacción que sienten al ser atrapados por el movimiento, colores y sonidos de sus pantallas, y no en la atención de sus familiares o maestros.

El uso de la mascarilla, según los expertos en el tema, supone dos inconvenientes para los niños: primero, una limitación en el reconocimiento facial de la persona que tienen frente a ellos y una limitación también en el descubrimiento de las expresiones faciales; y la disminución de la capacidad de leer los labios y de la intensidad del sonido. Además, recibieron clases virtuales, obligándolos a creer que la imagen digital de sus maestros era la única vía de enseñanza que existe, colocando distancia entre ellos.

A medida que la COVID-19 se acerca a su tercer año, las consecuencias para la salud mental y el bienestar de los niños y los jóvenes siguen siendo enormes.

“Los últimos 18 meses han sido muy largos para todos nosotros, especialmente para los niños. Debido a los confinamientos nacionales y a las restricciones de movimiento relacionadas con la pandemia, los niños han perdido un tiempo valioso de sus vidas lejos de la familia, los amigos, las aulas y los lugares de recreo, que son muy importantes durante la infancia”, explicó Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF, en un reporte que se publicó recientemente en la Internet, para referirse a este grave problema que enfrentan ahora los padres ante el deficiente desarrollo mental de sus pequeños.

Según los últimos datos publicados por la UNICEF, al menos 1 de cada 7 niños se ha visto directamente afectado por los confinamientos en todo el mundo, mientras que más de 1.600 millones de niños han sufrido alguna pérdida en su educación. La alteración de las rutinas, la educación y el ocio, así como la preocupación de las familias por los ingresos y la salud, hacen que muchos jóvenes sientan miedo, rabia y preocupación por su futuro; mientras los más chicos se aíslan en un mundo que ellos crearon para defenderse de la presión del confinamiento.

Las anormalidades mentales diagnosticadas, como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, ansiedad, autismo, trastorno bipolar, trastorno de la conducta, depresión, trastornos alimentarios, discapacidad intelectual y esquizofrenia; pueden perjudicar considerablemente la salud, la educación, las condiciones de vida y la capacidad para obtener ingresos de los niños y los jóvenes. Estas condiciones en nuestros hijos son apenas el inicio de una secuela fatal que deja de regalo el Coronavirus al Planeta.

Esta situación causada por los niños pandemias, que tienen los hogares de cabeza, y a los padres pensando porqué sus hijos no hablan, porqué tienen comportamientos similares a síndromes como el autismo con falta de atención muy evidente; está íntimamente relacionado con las políticas de salud que desde ya implementen los Estados para darle atención oportuna a estos casos, aunque representen un gasto adicional para la administración de la salud pública.

Asimismo, estos niños representan un esfuerzo adicional para los padres, que, a la hora de enfrentar los problemas de salud de sus hijos, que son muchos, se ven inmersos en un cambio de rutina en su quehacer diario, ya que tienen que trabajar y a la par tomar gran parte de su tiempo en llevar a sus hijos a terapias y consultas para evitar que la afectación sea mayor en sus pequeños si no se les atiende oportunamente.

Parece que el COVID-19 no termina de presionarnos y hacernos daño, de cambiar nuestra vida. Bien lo dicen por ahí, estamos frente al peor de los males en siglos.

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