POR: P. JOSÉ ANDRÉS BRAVO H.
Hoy es urgente la formación de los cristianos en el pensamiento social de la Iglesia, porque necesitamos iluminar a los venezolanos ante la difícil realidad que estamos viviendo. Es bueno el llamado a la oración porque la gracia divina nos fortalece y nos mueve a actuar para responder a los desafíos de la historia. Pero, la reflexión y el estudio nos hace capaces para que tengamos principios básicos, bien fundados, que nos permitan edificar la vida social. Es importante sembrar en las mentes y el corazón criterios de juicio, valorando la situación concreta de nuestro pueblo. Es que no podemos quedarnos pasivos, debemos participar organizadamente con directrices de acción.
Los desafíos son cada vez más apremiantes: proteger a la familia, promover la paz, globalizar la solidaridad como condición para un humanismo auténtico, luchar por el valor del trabajo, la protección de los más vulnerables y la negación de la violencia contra las personas, el maltrato físico y psicológico. Sin olvidar el respeto al medio ambiente cuidando de la casa de todos (la tierra) entre otros muchos retos. La gran tarea es la conquista de la libertad y la democracia.
Debemos plantearnos objetivos exigentes: la organización justa de la sociedad, la defensa de la dignidad de la persona y la búsqueda del bien común.
La Iglesia, más que defenderse y cuidarse internamente, debe asumir el compromiso de renovarse constantemente, volver a Jesús y su Evangelio. Ella es la servidora de la humanidad. Tiene que responder a su vocación evangelizadora, especialmente, su dimensión social. El Papa Francisco nos enseña: «Confesar a un Padre que ama infinitamente a cada ser humano implica descubrir que con ello le confiere una dignidad infinita. Confesar que el Hijo de Dios asumió nuestra carne humana significa que cada persona humana ha sido elevada al corazón mismo de Dios. Confesar que Jesús dio su sangre por nosotros nos impide conservar alguna duda acerca del amor sin límites que ennoblece a todo ser humano. Su redención tiene un sentido social porque Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres. Confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales» (Evangelii Gaudium 178).
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