POR: P. JOSÉ ANDRÉS BRAVO H.
Somos un proyecto de Dios en la historia. Significa que nuestra existencia no es acabada, sino que se va realizando en la medida que avanzamos en el camino histórico. Somos peregrinos activos. Construimos la historia en la medida en que nos hacemos en la historia. Aquí tiene sentido el desarrollo integral, el crecimiento humano.
Todo en nosotros está por realizarse, la vida es una vocación, continua respuesta al llamado de Dios a ser lo que su designio nos indica. No somos totalmente felices, en el tiempo se construye nuestra felicidad en respuesta a la vocación a la que nos llama el Creador. Igual, la libertad no es absoluta, también se va haciendo hasta que lleguemos al final de la historia. Esta historia tiene sentido porque nos desarrollamos en ella, tiene futuro. La esperanza de ser cada vez más felices y libres hace que tengan valor nuestras ilusiones, nuestras aspiraciones, nuestros esfuerzos, incluso nuestros sacrificios.
En la vivencia de la libertad debemos contar con lo que somos como criaturas de Dios. Él nos creó para vivir en libertad y en comunión fraterna. De modo que tenemos un desafío en la historia: ser libres en convivencia, con la familia, los amigos, la sociedad, con la Iglesia. Podríamos decir que nuestra existencia se constituye en tres relaciones: relación con Dios que es nuestro Padre, relación con los demás porque somos hermanos y relación con la naturaleza y las demás criaturas de las que nos servimos para convivir en santidad y justicia.
La Iglesia nos enseña a construir una humanidad fraterna donde cada uno debe asumir su responsabilidad y participación. Consideremos que nuestra libertad debe ser compartida y ubicada en el aquí y ahora. Por un lado, tenemos consciencia de que la grandeza de la libertad es porque ella es signo eminente de nuestra imagen divina: «El hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia y habilidad los medios adecuados» (Gaudium et Spes 17). Por otro lado, debemos tener en cuenta lo que implica vivir en comunidad humana: interdependencia, sin menosprecio de nuestra individualidad. Pero promoviendo el bien común, el respeto mutuo que nos permite no excluir a nadie. Por eso es importante el respeto y el amor a la diversidad, igualdad en armonía con la justicia social. Es pues, vivir según el Evangelio de Jesús, superando una espiritualidad privada y una ética individualista.
La Iglesia enseña que «la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre» (Gaudium et Spes 17). Cuando habla del carácter comunitario de la vocación humana en el plan de Dios, se refiere magistralmente a la responsabilidad y la participación. Es cuando nos enseña: «El hombre difícilmente puede llegar a este sentido de responsabilidad si las condiciones de vida no le permiten llegar a ser consciente de su dignidad y responder a su vocación entregándose a Dios y a los demás. La libertad humana con frecuencia se debilita cuando el hombre cae en extrema necesidad, de la misma manera que se envilece cuando, abandonándose a una vida demasiado fácil, se encierra en una especie de dorada soledad. Por el contrario, se fortalece la libertad cuando el hombre acepta las inevitables obligaciones de la vida social, asume las multiformes exigencias de la convivencia humana y se compromete al servicio de la comunidad humana» (Gaudium et Spes 31).
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