Especial.- Andrés Bello, insigne académico, político y jurista venezolano, dejó una huella imborrable en la historia y cultura de Chile, país sudamericano donde se estableció definitivamente a partir de 1829 cuando obtiene la ciudadanía.
Todos conocemos la faceta de Bello como maestro del Libertador o un hombre que ponía nombres a los dulces por lo que dio origen a la palabra Totona, un rico dulce que le hacia su criada; pero lo que poco se habla es de su tarea de polímata y como su ingenio lo hizo ocupar diversos cargos de alto nivel en Chile.
Desde su capital Santiago de Chile, ciudad donde se residenció hasta su muerte, inició una etapa de profunda transformación intelectual y jurídica de la sociedad chilena, consolidando su papel como uno de los más grandes humanistas de Iberoamérica.
Para reconocer ese gran legado que dejó Bello al pueblo chileno, desde 1998, el Gobierno de Chile aprobó imprimir el rostro de Andrés Bello en sus billetes de 20 mil pesos.
Uno de sus aportes más significativos fue la fundación de la Universidad de Chile, institución que dirigió como su primer rector desde 1843 hasta su fallecimiento en 1865. Bajo su liderazgo, la universidad se convirtió en un pilar del desarrollo educativo y científico del país, promoviendo la formación de generaciones de intelectuales y profesionales.
En el ámbito jurídico, Bello fue el principal redactor del Código Civil de Chile, promulgado en 1855. Este cuerpo legal, basado en principios de racionalidad y justicia, sigue vigente en gran parte y ha servido de modelo para otros países latinoamericanos. Fue Senador por la ciudad de Santiago durante los años 1837 y 1864. Su trabajo en este campo consolidó la estructura institucional de Chile y fortaleció el Estado de derecho.
Además, su influencia en la literatura y la lingüística fue notable. Su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada en 1847, estableció normas fundamentales para el español en Hispanoamérica. Su visión sobre la lengua y la educación contribuyó a la identidad cultural de la región y al fortalecimiento del pensamiento hispanoamericano, lo que le valió ser nombrado miembro honorario de la Real Academia de la Lengua Española en 1851. Al morir, el 15 de octubre de 1865 en Santiago de Chile, dejó una obra inconclusa: Enseñanza del castellano a los chilenos.