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Vivian Maier: capturó el alma de las ciudades sin saber que hacía historia

Vivian, sin formación académica en arte, mostró una visión única del mundo. Su talento oculto encontró el camino hacia los museos más importantes del mundo. Dicen que a veces, las grandes artistas nacen en los lugares más inesperados, y Vivian es un ejemplo de ello

por Mileydi Piña

Curiosidades.- En un mundo donde el arte suele buscar la mirada del otro, Vivian Maier fotografió para sí misma. Su historia es una paradoja fascinante: una mujer que, sin formación académica ni intención de fama, creó una de las obras fotográficas más poderosas de los Estados Unidos urbanos de la segunda mitad del siglo XX.

Su legado, descubierto por azar tras su muerte, es un espejo íntimo de la sociedad estadounidense y un testimonio silencioso de una artista que nunca se llamó a sí misma así.

Vivian Maier (Nueva York, 1926 – Chicago, 2009) fue niñera durante más de cuatro décadas. En sus paseos con los niños que cuidaba, llevaba siempre colgada una cámara Rolleiflex que no necesitaba levantar a la altura de los ojos para tomar una fotografía, por lo que nadie en la calle podía darse cuenta de que lo estaban fotografiando. Con ella, capturó más de 100,000 imágenes de las calles de Nueva York y Chicago: rostros anónimos, escenas cotidianas, contrastes sociales, momentos fugaces que ella transformaba en eternidad.

Vivian Maier

Vivian, sin formación académica en arte, mostró una visión única del mundo. Su talento oculto encontró el camino hacia los museos más importantes del mundo. Dicen que a veces, las grandes artistas nacen en los lugares más inesperados, y Vivian es un ejemplo de ello.

Nunca reveló la mayoría de sus negativos. No por desinterés, sino por falta de recursos y, quizás, por una profunda necesidad de preservar su mundo interior. Su archivo fue descubierto en 2007 por el historiador estadounidense John Maloof, quien compró por casualidad una caja de negativos en una subasta, y estaban dentro de un mueble que perteneció a Vivian Maier.

Desde ese día se desató una verdadera fiebre, con especialistas dedicados a buscar sus negativos y películas en Súper Ocho, en una carrera para descubrir más y más de esta gran fotógrafa callejera que casi no reveló su trabajo, quizá apenas lo vio, jamás hizo una muestra y ocultó su oficio a sus pocos amigos.

El significado de su obra: una brújula moral y estética

La fotografía de Maier no es solo documental: es una forma de resistencia silenciosa. Su lente se posaba con ternura sobre los marginados, los niños, los ancianos, los trabajadores. Su empatía visual revela una sensibilidad social que anticipa debates contemporáneos sobre clase, género y raza.

Sin vínculos con familiares, amigos ni amores, Vivian tuvo una vida mucho más rica de lo que se supone: viajó sola —cámara en mano, claro— por Bangkok, India, Tailandia, Egipto, Yemen y Sudamérica. Siempre pidió que su cuarto tuviera llave y que nadie entrara. Con algunas personas con las que interactuaba esporádicamente, como la dueña de un local al que llevaba objetos para vender, se negó a revelar su nombre. Su vida personal fue un enigma.

En 1956, cuando trabajaba como niñera con una familia de Chicago tuvo un cuarto oscuro y un baño privado, donde pudo revelar sus propios rollos de película en blanco y negro. Cuando terminó el trabajo en esa casa, ya a principios de los años setenta, no volvió a revelar. Su híper producción evidencia que le interesaba más tomar fotos que verlas y que, además, no necesitó verlas para seguir gatillando con destreza.

El misterio como parte del arte

El hecho de que Maier nunca compartiera su obra en vida añade una capa de misterio que potencia su impacto. ¿Fotografiaba por necesidad emocional? ¿Por obsesión? ¿Por amor puro al acto de mirar? Su silencio es parte de su lenguaje.

Cada imagen es una carta no enviada, un poema visual que solo ahora empezamos a leer, donde supo capturar la tragedia y la ternura: de esos personajes anónimos y encuentros cotidianos, maniquíes destartalados, vidrieras, chicos, familias, mujeres elegantes con las que se topaba por la calle, con los que hizo joyas fotográficas invaluables que iluminan una auténtica visión de la condición humana.

Maier retrataba sin intervenir, sin alterar la escena. Su presencia era casi invisible, lo que le permitía capturar la autenticidad de sus sujetos.

Vivian Maier

El rostro de Maier aparece reflejado en espejos, vidrios, vidrieras. Con su modo compulsivo de capturar el mundo y con sus autorretratos se adelantó a la vorágine por fotografiar con nuestros celulares y a las selfies que hoy desvelan.

Maier tenía razones para ser cautelosa a la hora de compartir sus datos personales: nadie querría contratar a una mujer con una historia familiar tan sórdida. Su padre abandonó a la familia cuando era muy chica; su hermano era adicto a las drogas; con su madre cortó vínculo muy pronto. Del resto de la familia sólo se sabe que una de sus tías dejó su herencia expresamente a una amiga y no quiso que nada fuera a manos de Maier, su única sobrina.

Un legado que trasciende el tiempo

Hoy, las fotografías de Vivian Maier se exhiben en museos de todo el mundo. Pero más allá del reconocimiento póstumo, su obra nos invita a mirar con más atención, a encontrar belleza en lo cotidiano, y a recordar que el arte más honesto no siempre busca ser visto.

“Tomaba fotos todo el tiempo y luego no se las enseñaba a nadie.” — John Maloof

Maloof compró por unos 300 dólares una parte del guardamuebles que contenía el trabajo de Maier, que terminó por casualidad en una subasta cuando la fotógrafa no pudo pagar el alquiler del depósito.

Tras comprar la mayor parte de las fotos, unos 150 mil negativos, Maloof se propuso investigar quién era la autora de estas imágenes y compartir su obra con el mundo: publicó libros con sus fotografías, organizó exposiciones y codirigió el excelente documental Finding Vivian Maier, que reconstruye su vida a través de quienes la conocieron y de las imágenes que dejó como legado.

El lado oscuro de la niñera, a todo color

Vivian Maier había vivido en Francia de joven, era terriblemente discreta y el misterio de su vida engrandece el mito de sus extraordinarias y secretas fotos. Entre esas luces y sombras, la señorita Maier —de altura imponente, solía usar abrigos grandes, sombreros de fieltro, y zapatos y camisa de hombre—

Su trabajo en blanco y negro es el más conocido, pero para mostrar otra faceta, igual de impresionante, su arte exploró el color y abstracción en sus últimos años, demostrando una evolución artística constante.

La Fototeca Latinoamericana (Fola), presenta Vivian Maier– The Color Work, organizó la primera monografía en color. Integrada por medio centenar de imágenes tomadas por Maier desde la década del setenta hasta sus últimos días, principalmente en Chicago y Nueva York.

En este documental se revelan en la voz de sus niños que no era una niñera dulce, cuando los obligaba a comer atragantándolos de forma brusca, encerrándolos en sótanos como castigo, abandonos solos en las vías, y “palabotas” hacia ellos, como lo recuerda Inger Raymond, que de chica tuvo como niñera a la enigmática fotógrafa.

Sin embargo, en el film también que supo tratar a los chicos con cariño. Hacía planes que los entusiasmaban, organizaba obras de teatro y los llevaba de excursión al campo. Sin excepción, salía con su cámara colgada al cuello para tomar fotos de lo que veía en esos paseos.

Generó empatía con algunos de ellos al punto de que los hermanos Gensbrug, a quienes cuidó durante 17 años en Chicago, la sacaron de la indigencia y le pagaron un departamento, ya al final de su vida.

Para Pamela Bannos, autora de la biografía Vivian Maier: A Photographer’s Life and Afterlife, esta maestra involuntaria de la fotografía, no era una niñera con pluriempleo como fotógrafa, sino que era una fotógrafa que se mantenía como niñera. Además, para la autora, Maier era extremadamente consciente de cómo se revelaba, imprimía y recortaba su obra, aunque, considera, tomó la decisión de no exponerla nunca.

Texto/Noris Hernández
Fotos/WEB

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