PENSAR CON CRITERIOS

Darién: avanzar para enfrentar la muerte

El Tapón del Darién, tramo de la espesa y oscura selva panameña que amenaza con absorber los sueños y las almas de quien ose entrar a sus fauces; se ha convertido en el obstáculo más infernal que pueden sortear los cientos de migrantes que batallan cara a cara con la muerte al decidir atravesar sus pantanosos suelos, empinadas laderas y caudalosos ríos, envalentonados con la esperanza de vivir su sueño americano.

Miles de caminantes llegar a suelo estadounidense luego de largos recorridos marítimos y terrestres, desde golfo de Urabá en el mar Caribe hasta cruzar el río Bravo en la frontera de México con los EE UU, donde solo hambre, miedo, cansancio y sus sueños quedan en sus mochilas, luego de dejar en el camino las pocas pertenecías que juntaron para emprender este peligroso y audaz viaje.

Son muchos los reportes sobre esta travesía realizada por migrantes sudamericanos, en su mayoría venezolanos, aunque también lo hacen algunos africanos e isleños, como cubanos, haitianos y curazaleños; todos con sus equipajes repletos de esperanza, además de la fortaleza física y mental con la que desafían la posibilidad de completar el escabroso camino.

Padres cuyos ríos bravíos les arrebatan a sus hijos aferrados a ellos implorando seguridad; niños, mujeres y hombres muriendo de cansancio y hambre, cuerpos debilitados por la travesía cayendo a desfiladeros o infartados por la dureza de la intrincada ruta; es el panorama de la sombría y dolorosa bitácora que deciden trazar.

Con la fe y su fortaleza física como únicos aliados, noche tras noche ruegan a Dios poder salir vivos del infernal tapón del Darién, pero ninguna de esas historias contadas ni los consejos de quienes lo intentan primero, para que no lo hagan otros, importa. Es prácticamente un juego de suerte vivir o morir en ese tramo selvático, donde deciden adentrarse. Temerosos, pero con la fe de que lo lograrán llegan desde Necoclí al puerto de la población de Capurganá para entrar al mortífero Darién, no en balde ese lugar es conocido como el portal del infierno.

Escuchar a los guías advertir, “no dejen que los pequeños lloren por que pueden ser presa de animales salvajes”, es sencillamente espeluznante. Sin embargo, nada los detiene en su intención de cruzar el Darién para emprender luego su recorrido por seis países de Centroamérica, alcanzar suelo azteca y finalmente sortear el muro acuático que los espera, el Río Bravo para entregarse a manos de las patrullas fronterizas de Baiden. Ni hijos recién nacidos, embarazos avanzados, vejez, enfermedades o condiciones físicas diezmadas son limitantes; su objetivo es besar suelo gringo.

Pareciera una decisión absurda tratar de llegar a los Estados Unidos con tu familia sin saber si llegarás solo o con ella, o si al contrario todos perecerán. Niños que llegan solos porque sus padres se quedaron detrás, son historias que jamás deberían ser contadas, pero se cuentan, y los argumentos en cada una de ellas están ambientados en dramáticas escenas de dolor y la incertidumbre de si podrán o no hacer realidad su anhelado sueño americano.

“Pasamos y por el camino encontrábamos cadáveres que los abandonan”, “me quedé sin comida porque me dijeron que eran solo dos días de travesía y pasamos en cinco”, “perdí las uñas de los pies, se me hincharon las piernas de tanto caminar”, “estuvimos perdidos tres días en la selva con nuestros hijos, porque los guías nos abandonaron”, “casi caigo en un barranco, pero me ayudaron”, “a mi hija y mi mujer se las llevó un río”; son solo una pequeña muestra de lo que se vive dentro de esta ya funesta jungla.

Padres que se quitaron la vida ante la impotencia de no lograr llevar a sus hijos sanos y salvos al otro lado, son historias que no deberían repetirse.

Qué hay detrás de estos simuladores de ritos satánicos, donde el Darién cobra a sus visitantes con las almas de unos cuantos: un gran mercado. Un mercado generador de muchos dólares.

Desde que llegas a Necoclí en el departamento de Antioquia, Colombia, y comienzas a degustar sus ricas bebidas de coco, tienes que darte cuenta de que tu sueño está a punto de transformarse en pesadilla. En el portal de los migrantes como se conoce este sitio, eres vigilado por personal de la Cruz Roja colombiana, hasta que subes a una lancha que te deja indefenso frente a la oscuridad de esta escabrosa selva. Respiras profundo y entras, te persignas, caminas, te agotas, pero avanzas. Pernoctar escuchando el rugir de las fieras y el temor a los reptiles que se acercan, no es fácil. Los insectos ensordecen tus pensamientos con sus zumbidos, es agotador, pero sigues por que tienes una meta y es cruzar ese infierno, luego de cancelar de entre 500 y 600 dólares, solo para cruzar esa intrínseca jungla. Los “coyotes” que contactaste se hacen cargo de tus gastos de hospedaje hasta que llegas a México y cruzas el río, por otros cuantos dólares, pero antes duermes hacinado en cuartos de hoteles con 5 o hasta 10 personas más. Quien domina este negocio es el Clan del Golfo, según investigaciones realizadas por organismos internacionales, mafia que además de manejar el tráfico de estupefacientes a través de esas áreas fluviales, maneja a sus anchas el negocio de la migración ilegal desde Colombia hacia los Estados Unidos.

“No se imaginan lo que tenemos que vivir dentro de esa selva”, sostienen los migrantes que salen airosos del tapón de la muerte, así hayan tenido que atravesar a rastras peligrosos lodazales.

Qué los lleva a arriesgar sus vidas de esa manera, pues unos aseguran que huyen de la pobreza y de la falta de libertades que existe en sus países. “La vida es así, para los pobres es complicada. La vida es una constante lucha para nosotros”, contestaba un haitiano a las preguntas que les hacen sobre el por qué asumen esas decisiones migratorias tan riesgosas. Algunos venezolanos sostienen que detrás, en su país, no dejan nada, porque todo lo acabó el socialismo, ese que llegó para quedarse, lamentando no haber visto las señales de vecinos como Cuba, donde hombres y mujeres tomaban decisiones más riesgosas al adentrase al mar en improvisadas balsas que muchas veces se destruyen en el camino cayendo a aguas infestadas de tiburones. “No quisimos ver lo que venía y ahora la estamos pagando”, dicen en medio de la angustia, a punto de colapsar, sin energías tras la desafiante travesía que acaban de terminar.

Entre la bruma que cubre el asentamiento indígena Canaán Membrillo, que ahora se transformó en un necesario receptor de migrantes, se escuchan voces agotadas y llorosas, aunque con la certera alegría de que acabas de sobrevivir a la infernal selva panameña. Allí te asisten organismos humanitarios como Acnur, Médicos sin Fronteras y el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá (Senafront). Tomas aliento tras las inclemencias inhóspitas del Darién, y de donde sales, según los mismos migrantes, “vivo, con los pies reventados, pero con las ganas intactas de avanzar”.

“Esto es una locura, no lo hagan, no traigan a sus hijos a este infierno», “cada día pensaba que moriría”, “más de 15 personas vi morir en el camino”, “son pruebas que debemos superar, esto no es para alguien que sea débil de mente, tienen que estar seguros y positivos de que sí se pueden”, “lo que hacemos es por un cambio, por mejores condiciones de vida”; repiten una y otra vez los caminantes del Darién.

Desde Canaán Menbrillo, piraguas van y vienen para trasladar hasta el pueblo de San Vicente en Panamá, lotes tras lotes de migrantes, y de allí pueden tomar los colectivos que los trasladaron por Centroamérica hasta México, donde las condiciones de la estadía no serán menos duras, pero una luz de esperanza de que falta poco, y que ya se escaparon de las manos mortales del Darién les nutre el aliento para seguir y por fin, pasados en algunos casos alrededor de uno o dos meses, pisar suelo estadounidense, donde según ellos iniciarán sus nuevas vidas, y aunque extrañan todo lo que dejan en sus países natales, cada migrante del Darién muestra su victoria ante la lucha por sobrevivir a montañas y ríos de muerte para poder contar su historia.

De acuerdo con el Servicio Nacional de Fronteras de Panamá (Senafront), en 2021 atravesaron el Darién 130 mil personas, uno de cada 5 era niño, y desde enero a mayo del 2022 van 44 mil. En enero cruzaron a Panamá 4.442 migrantes, de los cuales 1.153 eran venezolanos y 653 haitianos. Pero en ese listado hay también cubanos, senegaleses y nacionales de Usbekistán, entre otros.

, , , , ,
LOGO EL REGIONAL DEL ZULIA - BOTON PRINCIPAL

Suscríbete a nuestro boletín

Reciba nuestro resumen con las noticias más importantes directo a su buzón.