OPINIÓN

DECIR LA VERDAD

POR: GLORIA CUENCA.

Aunque Ud. no lo crea, como en la viñeta del suplemento infantil decir la verdad era costumbre,  práctica, obligación, deber constante, de nosotros todos, en la casa familiar. Implicaba, de cierta manera un orgullo: “No digo mentiras”, exclamábamos con entusiasmo y convicción. En la escuela sí la Maestra nos reprendía por algo y trataba de acusarnos de embusteros. No se aceptaba. No decíamos mentiras. Así se nos enseñó como debíamos comportarnos. “Por la verdad, murió Cristo”.  Constantemente escuchado. “La verdad nos hace grandes, la mentira nos achica”, otro predicamento permanente. Nos leían poesía, remarcando, la de Rubén Darío:” Margarita”. “La princesa no mentía, y así dijo la verdad”, (Sí la Princesa no mentía, ¿cómo hacerlo nosotros?) Sin embargo, sí a pesar de todo nos descubrían mintiendo, entonces,  ardía Troya, ocurría el verdadero castigo: sin salida, sin llevarnos a pasear, hacer planas de más de 1000 líneas: “¡No debo decir mentiras!”. Intenso y fuerte proceso de enseñanza para que no se dijeran mentiras. Fue costumbre decir la verdad. Pronto descubrí:  Decir   verdades puede ser un problema. Hay quien no lo cree positivo. Otros, no resisten, (qué se diga) y existe, quien-abiertamente- prefiere la mentira. Es decir, no quieren saber la verdad. Por otra parte, existe la  negación. No querer ver, tampoco saber. Gente, familias hacen de un secreto, una historia-tipo telenovelas-sobre la base de mentiras. No resisten verdades. Bastante patológico, por cierto. No me toca como periodista, insistir en el problema. Psiquiatras y psicólogos sabrán que hacer.

Una cuestión a resaltar: la actitud de quien es descubierto diciendo una mentira. Hubo un cambio entre antes y ahora, que sorprende. Primero insistía:  ¡no! No había dicho tal embuste.  Luego la vergüenza. Ante lo irrebatible de la verdad y haber sido descubierto/a mintiendo. Quien mentía, y se ponía en evidencia, se comportaba completamente avergonzado por haber sido descubierto. Esa conducta cambió. Se les llama “descarado/a”, (cínicos) a los indicados, no les importa en absoluto. En mi juventud, pretendí ser abogada, trabajé en un Tribunal, como escribiente.   Comprendí: la grandeza de la profesión de abogado, lo terrible que puede ser y lo difícil de lidiar con el ser humano. En algún juicio, presencié como un abogado acusador, desmontó las mentiras del testigo de la defensa, un embustero, aparentemente, preparado. Al   verse descubierto, el supuesto testigo, no sabía qué decir, ni qué hacer. Quiero señalar, la gente, hoy en día, dice toda clase de falsedades por los medios, las redes y personalmente; al ser descubierto/a no les importa “nada”. No hay vergüenza, menos pena, por haber sido encontrado diciendo una mentira, que pondría la nariz, más larga que la de Pinocho. ¿Cómo y cuándo pasó esto? No tengo idea. Toca a historiadores, a sociólogos, a psicólogos, a educadores, a politólogos y, a los comunicólogos, entre otros, buscar la respuesta a este desastre que vivimos a diario. Lo más sencillo: una hipótesis es qué, un país donde el padre falla, a menudo el presidente se transforma en “padre sustituto”. Sus errores, complicaciones y mentiras, sirven de ejemplo negativo para la población. ¿Será? Lo imitan, sin remordimiento alguno. No me atrevo a asegurarlo, pero es una primera posibilidad para trabajar el tema. La mentira no es un invento de hoy. Para nada. Desde “que el mundo existe” se dijeron toda clase de mentiras. Lo que sorprende y asusta, es que ahora los embusteros, no sienten, vergüenza, ni nada parecido al ser descubiertos. ¿Cómo explicar esto? Dicho en otras oportunidades, los estados totalitarios o con la pretensión de serlo, hacen de la “mentira, una política de Estado”. ¿La consecuencia? Nadie cree nada. Al hablar y tratar de convencer, al hacer propaganda, ningún humano presta atención. Perdieron la credibilidad.  Existe, además la “mentira piadosa”. No decirle la verdad a un moribundo, callar una enfermedad, ocultar un hecho muy desagradable e incomodo para no perturbar a una familia. De allí surgen los secretos. Cuando son en medio de la familia o la comunidad resultan terroríficos. Al descubrirse, se pone en evidencia a quien dijo la mentira; y los comentarios ocasionados por el hecho, pueden llegar a transformarse en un chisme grande que asole a todo un país.

Sin embargo, a la hora del balance, me vienen a la memoria algunos hechos: “públicos, notorios y comunicacionales”. El famoso “pionerito rojo” de la URSS, muy publicitado, por décadas y décadas de mentiras. El sacrificado, extraordinario, “hombre de Hierro”, en Harbin, en China. (Sería el prototipo del “hombre nuevo”, un ¿“Superman”?) Sí fuera una competencia, sin duda, ganamos: La enfermera que “vio caminar, bastante sano, al comandante galáctico” mientras se recuperaba en el Hospital Militar y recientemente:  más de diez millones de votantes y de votos en el referendo sobre Guyana. No quiero mortificarme, ni mortificarlos a ustedes, lectores consecuentes, recordando la caterva de embustes dichas por ellos. ¿Ganaron esa competencia? ¿La de las mentiras? ¿Esa sí?

¡Pegaron una!

LOGO EL REGIONAL DEL ZULIA - BOTON PRINCIPAL

Suscríbete a nuestro boletín

Reciba nuestro resumen con las noticias más importantes directo a su buzón.