PENSAR CON CRITERIOS

En la historia también hay esperanza

Esperanza es el nombre de una de las tres virtudes teologales impregnada en gran parte con la fe y la caridad.

Que palabras tan llenas de reflexión, “en la historia también hay esperanza”. Las escuché de la voz de un entrevistado de Don Francisco, en su programa de reflexiones.

Es que si las analizamos con criterios propios muchas podrían ser las deducciones, pero la más clara es que el aprendizaje de nuestro pasado, de nuestra historia, es la clave para mejorar y avanzar con paso firme en todos los ámbitos de nuestra vida, pero sobre todo para cambiar paradigmas sociales tergiversados por una historia mal interpretada, y que si la vemos con lupa o con los lentes adecuados, pues aprenderemos del error en los ensayos y nos alistaremos a cambiar a nuestro favor desde un punto de vista colectivo y no personal.

Tomemos estas palabras por el lado de nuestras naciones, de sus luchas por crecer libres y progresistas. Miremos nuestra historia y saquemos de ella la esperanza que necesitamos para creer en los cambios que ameritan nuestras naciones.

En el presente si volvemos la mirada sobre nuestra experiencia actual y la pasada, para reflexionar sobre la historia, y la espera de un futuro mejor basado en la esperanza; no podemos desconocer como refieren muchos sociólogos, que en la actualidad coexisten diversas miradas sobre el complejo tiempo presente que nos toca vivir e interpretar; como sus relaciones y tensiones, sus dificultades y avances, sus condiciones de posibilidad, apertura y comunicación.

En el mundo si miramos de cerca observamos demasiada tragedia global, colectiva y personal, acumulada en una densa corriente de desesperanza, resignación y escepticismo en grandes capas de nuestra sociedad, en lo que la historia sigue siendo el lugar de la espera ante una conciencia humana que imagina el futuro y se empeña en diseñar días mejores para todos.

Segundo a los que piensan que la historia nos da una lección clara, y no es otra que la certeza de que no podemos cambiar la realidad con solo desearlo; la lección de que el futuro no cambiará por sí mismo, sino que requiere nuestros mejores esfuerzos.

Los ciudadanos somos rehenes de nuestras acciones, y por eso si actuamos adecuadamente con conocimiento de causa encontraremos el coraje y la dignidad que amerita el seno de una lucha ardua por encauzar la vida política, económica y social de nuestra Patria, dominada por el poder en manos de terratenientes políticos que asumen sus responsabilidades como viles dueños de nuestras almas.

Podemos usar nuestro estatus de buenos pensadores y como conocedores de la historia para mejorar nuestra propia actualidad y tener así el hermoso privilegio de habitar naciones libres y prósperas.

De modo que sí hay esperanza: la esperanza de que conocedores de lo que está mal, de lo que no resulta, de lo que destruye, nos guíen para redimensionar nuestras doctrinas, nuestro accionar, nuestra vida ciudadana.

Pero tenemos necesariamente que diferenciar bien entre la esperanza, que fortalece el valor, por un lado, y las ilusiones, por el otro.

La ilusión ignora las advertencias como si tuviese poderes mágicos, por lo que su poca posibilidad de distinguir entre un Estado protector del derecho civil, militar y religioso, y un desgobierno destructor y tiránico, que busca aniquilar la esperanza aupando una ilusión que ciega la visión ante lo que está mal y lo que está bien. Es igual a un enamorado que solo ve virtudes en su amado.

Nada de esto es una esperanza que fortalezca el valor, sino que estamos ilusionados tratando de desechar la realidad. Y como nos lo enseñó la vida, la realidad al final siempre gana.

A la esperanza se oponen, por defecto, la desesperación que es “pérdida total de la esperanza”, por exceso de abuso de poder, la presunción y el temor.

Según los términos publicados por Wikipedia, y para que se entiendo un poco mejor este análisis, se establece que la raíz de la esperanza es nuestro sentir por esperar lo bueno en medio de cualquier vicisitud, la esperanza es un estado de fe y ánimo optimista basado en la expectativa de resultados favorables relacionados con eventos o circunstancias de la propia vida o el mundo en su conjunto. “esperar confiado” y “abrigar un deseo con anticipación”. Aunque para La Real Academia Española sea un “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”, sacando de estos términos lo que se define como la esperanza en la doctrina cristiana, para lo cual es vista como “una virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido. Y finalmente existe un concepto pedagógico, que se refiere a esta como una necesidad ontológica, lo que nos mueve, lo que nos marca una dirección”.

De la esperanza también habló la mitología griega, refiriéndose a esa ancestral Caja de Pandora donde Zeus guardó las atrocidades del universo, indignado por el fuego robado por Prometeo para dárselo a los hombres, y que el dios supremo del olimpo enfureció y en venganza, luego de crear un pythos (tipo de jarrón) vertió en él, todos los males, y se la dio junto a Pandora al hermano de Prometeo. Esta, creada por los dioses con una curiosidad innata, abrió la caja prohibida y todos los males fueron liberados al mundo; solo Elpis, el espíritu de la Esperanza, permaneció en el fondo.

Por otra parte, en la teología cristiana la esperanza es una virtud unida, indisolublemente, con las virtudes cardinales o naturales: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza, por la cual el hombre pasa a ser o existir.

Santo Tomás de Aquino la define como “virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para llegar a ella con ayuda de Dios”.

Esperanza aliada

Si ya conocemos su esencia resulta fácil que cuando miremos hacia atrás y vemos nuestra historia heroica y libertaria, nos esperancemos en volver a esa intención patriótica y defensora de sociedades en crecimiento, y sobre todo respetuosa del derecho humano. Pocos de los que han vivido tiempos mejores dudarán de que estos tiempos se están convirtiendo en los años más inusuales de nuestras vidas, donde la sumisión ante lo injusto, lo no adecuado, está servida en nuestras mesas.

Nos estamos dejando atrapar por una manipulación venida de las comunicaciones en masa, donde, quien mueve sus teclas, está claro en lo que quiere y nos están dejando a la deriva en un barco de velas destruidas, con motores apagados y sin un remo para avanzar, casi sin esperanza. Y lo peor es que no estamos mirando hacia atrás como es debido, negándonos a buscar esa esperanza diseminada en el hambre y el analfabetismo intelectual, en la conformidad.

Si no actuamos, para siempre quedarán en la memoria las escenas de ciudades vacías y en silencio, los cielos inertes sin lluvias de esperanza o la carencia global de bienestar, si no retomamos lo aprendido de nuestra historia y nos libramos de los escombros lanzados sobre nosotros por las manos del poder que sonríe rebosante y seguro de que su trabajo fue bien hecho; será nuestro fin no físico sino mental.

La tarea es lograr que el accionar oportuno de millones de personas luchando por mejores hospitales, escuelas, urbanismo; permita dejar atrás los rostros extenuados de hambre y olvido, que terminen los adioses fronterizos y abrazos digitales ante la grave migración mundial, y el final súbito de proyectos de vida debido a la desesperanza, para que todo se transforme en comienzos.

Nos preguntamos ¿es posible a pesar de todo y de tanto enumerar los motivos para la esperanza ante la cantidad de desgobiernos que han tomado por asalto nuestras naciones latinoamericanas, desangrando sus riquezas y ensimismando a su gente, solapados en falsas doctrinas de las que lamentablemente se han hecho eco algunos intelectuales, que faltando a sus palabras de llevar verdades al mundo y sembrar en él sentimientos de reflexión y rectificación, han sido parte del mal que hoy agobia estas naciones, como la corrupción, el abuso de poder y la mala gobernanza?

Buscando estas respuestas en los aspectos más oscuros de la condición humana, descubrimos que la historia ha puesto a prueba los límites no solo de los intelectuales, sino también del ciudadano común; pero también ha dejado motivos para creer en la humanidad, en el poder de la compasión y no en Estados corroídos y erosionados desde dentro hacia fuera por sus desmanes y por su inspiración, no en las libertades ciudadanas sino en sus intereses personales.

Pero, aunque cueste pensarlo ahora, existen razones para tener fe en el futuro y seguir siendo optimista.

El primer motivo parecerá paradójico: el poder en las manos equivocadas nos ha obligado a prestar atención a algunos de los aspectos más oscuros de nuestra sociedad, y ese aprendizaje nos esperanza en que los cielos siempre aclaran después de las tormentas.

Los intelectuales sin miedo a crear conciencia han puesto su palabra en marcha a toda máquina para entregarnos una esperanza que está más cerca de los que muchos creen.

La esperanza sigue en manos de la responsabilidad que las personas asuman entre sí durante estos desgobiernos, la cual podrá ser tratar de mantenerse a salvo, observando desde lejos, usando máscaras de corderos para no ser llevados al mismo infierno, manteniendo distancia ante lo que sucede y mimetizándose ante el peligro del abuso de poder, de la injusticia y la mente destructiva de quien desgobierna; o que por lo contrario se unen para enarbolar la bandera de lucha por el respeto de los derechos ciudadanos y la creación de naciones fuertes económicas y socialmente.

Más allá de la responsabilidad básica hacia los demás, todos hemos sido testigos del coraje de innumerables ciudadanos, algunos de ellos desterrados o muertos, que ante el derrumbamiento de nuestras instituciones y economía que están en riesgo constante ante la bota del opresor que no pregunta quien vive para atacar; trabajan en catacumbas unidos para lograr salidas ante la esperanza en desgracia.

Es natural dar por sentadas las cosas buenas de nuestra vida. Después de todo, son las cosas que necesitan cambiar las que requieren nuestra atención. Sin embargo, desgobiernos como estos que se ciernen sobre naciones como Cuba, Nicaragua y Venezuela, nos han enseñado lo importante que son muchas de las cosas que tendemos a pasar por alto, y una es el nacionalismo y la insumisión ante la barbarie.

En lo más alto de la lista de razones para no perder la esperanza están nuestras interacciones sociales. Vivimos en una sociedad agobiada por el poder que a veces puede camuflar cuánto nos necesitamos y amamos los unos a los otros. Y la razón ha sido dejarnos llevar ante la desunión y el odio, por ello, la hora es ahora. Hay que actuar.

 

 

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