jueves, mayo 2, 2024
PENSAR CON CRITERIOS

La abstención no es la salida, así que A VOTAR

Lo más fácil es confiar, lo más importante es intentarlo. Es un deber de sus ciudadanos hacer algo que lleve a salir de este mal sueño que apesadumbra a una sociedad como la venezolana. Todos los venezolanos, deben hacer hasta lo imposible para llegar en paz a las elecciones presidenciales de este 28 de julio, y votar. La abstención no es la salida.

En los últimos procesos electorales luché con ese yo interno que me pedía abstenerme de votar, insistiéndome que todo estaba perdido, que el monstruo de mil cabezas con el que este régimen chavista nubló el horizonte de progreso y tranquilidad ciudadana de este noble pueblo de Bolívar, siempre ganaría a la buena o a la mala; lloviera, tronara o relampagueara, perpetuándose en el poder a costa de mucha sangre inocente, así como de la libertad y el bienestar de su gente; sin embargo, siempre terminé en mi centro de votación, frente a esa desconfiada máquina, oprimiendo un botón contra el régimen y ejerciendo mi derecho al voto libre de coerción y chantajes. Estuvimos cerca, faltó unidad, lo acepto, pero el factor más evidente en contra de un cambio oportuno en Venezuela siempre fue el mismo: la abstención.

Esta es la razón por la que entendí claramente, luego de tanto sinsabor electoral, que la abstención no es la salida. Ante este panorama son los Ni Ni, indecisos o apáticos al voto, los llamados a convertirse en actores claves de esta nueva oportunidad que los venezolanos no pueden dejar pasar. Debe elevar con patriotismo la bandera de la Unidad y Voto para alcanzar la victoria en medio de este holocausto rojo rojito, que mantiene a Venezuela sumida en el miedo y la desesperanza, como una espada de Damocles sobre su cabeza.

Recorrido electoral en Democracia

Mi primer voto con solo 18 años, en 1983, fue por el partido Copei y su candidato Rafael Caldera que fue derrotado por el presidente Jaime Lusinchi. Cinco años después estaba ondeando mis banderines verdes en los mítines que realizaban en las ciudades cercanas, en Cabimas para ser exacta, a donde acudía con mi madre, que era una acérrima simpatizante socialcristiana, creo que desde su adolescencia. Frente a un alto cartón marrón y con una cartulina adornada con los rostros de una gran cantidad de aspirantes, mi equis fue de nuevo para el partido Copei y su candidato Eduardo Fernández. Volví a perder frente al duro de la política bipartidista, Carlos Andrés Pérez y su lema “El Gocho pal 88”, que fue un éxito total. Me conformé con escuchar la algarabía de mis vecinos adecos celebrando su victoria. En esa época, para mí, la abstención no era la salida. Tampoco lo era para la mayoría de los venezolanos, ya que las cifras de participación se situaron en 81 por ciento.

Para ese entonces tenía un conocimiento muy depurado sobre la doctrina socialcristiana. Adoraba su postulado inspirado en la democracia cristiana que defendía la doctrina social de la Iglesia católica, basado en la defensa de la dignidad humana, la subsidiaridad, sociabilidad y el bien común; principios que iban en contra del liberalismo clásico y del socialismo, por considerar que con el liberalismo, el ser humano tiende a desarrollarse más que la sociedad, creando un desequilibrio y una desigualdad; mientras que en el socialismo, es la sociedad la que se desarrolla más que el individuo, creando una dictadura de mayorías. La democracia cristiana planteaba que el ser humano y la sociedad deben desarrollarse de manera paralela. Toda esa doctrina plasmada en el papel era de mi agrado político.

Como seguidora del socialcristianismo siempre denigraba a viva voz de los Gobiernos adecos, me parecían corruptos con su política “a mí póngame donde hay” y acta mata voto; pero me agradaba el bipartidismo. Sabía que los triunfos son de las mayorías, y las mayorías eran adecos y copeyanos. Recuerdo que, pese a que el país venía del fatídico “viernes negro” que acabó con el auge de la clase media alta del “Ta’ barato, dame dos” mayamero, y el complicado paquete económico del Fondo Monetario Internacional; acepté las razones de la intentona golpista del 92 liderada por un grupo de militares, que le costó la vida a cientos de compatriotas. Los autores fueron apresados y el presidente Pérez terminó su gobierno democráticamente a pesar de que estuvo cerca de haber sido asesinado por los insurrectos.

También recuerdo que mi abuela era mepista (Partidaria del Movimiento Electoral del Pueblo MEP) y en cada proceso electoral mis tíos la llevan a su centro a votar, y como ya no alcanzaba a ver bien, querían engañarla para darle el voto asistido por el candidato de preferencia de mis tíos, sin embargo, ella decía, “yo no traiciono a mis orejitas, y votó morado siempre”. Mi tío era un seguidor de José Vicente Rangel, sempiterno candidato del Partido Comunista de Venezuela (PCV), y por él votaba a ojo cerrado. Mi otro tío era adeco rajao, nada que hacer. Y mi padre era un voto secreto, nunca supe por quién votaba, pero lo hacía religiosamente en cada proceso electoral. Qué les quiero decir con este corto relato, que la abstención no es la salida, si no lo fue antes menos ahora que la cosa es más seria.

Ya con un alma y pensamientos más rebeldes por lo que había pasado con Chávez y sus compañeros de armas el año anterior, en 1993 confié mi voto a Andrés Velásquez de La Causa Radical, pues me fui en contra ese entuerto llamado chiripero encabezado por Rafael Caldera, que, aunque no recibieron mi voto, ganaron y nos dieron a los venezolanos cinco años mucho mejores que estos 25 de socialismo rancio que nos sumió en la más innegable miseria social producto de ese seudo líder que surgió como un mesías, a quien admiré en su momento y entregué mi confianza en 1998, Hugo Chávez Frías.

Un año después de asumir el poder el exlíder socialcristiano venido a chiripero, Rafael Caldera, firmó la amnistía o sobreseimiento del caso de los golpistas, que a pesar que atentaron contra el Estado, intentaron asesinar al presidente Pérez y llevaron a la muerte a inocentes soldados; le fueron respetados todos sus derechos, y hasta fueron excarcelados sin haber sufrido las torturas atroces que hoy sufren los más de 200 presos políticos que están en manos del régimen perverso de Nicolás Maduro; donde muchos de ellos han perdido la vida, asesinados o ahogados por una bolsa plástica en su rostro, sin uñas ni dientes y carcomidos física y mentalmente por un régimen que no dista mucho del hitlerismo nazi.

Entrevista con el presidente Hugo Chávez Frías. 1995.

A su salida de cárcel entrevisté a Hugo Chávez, cuando realizaba su gira por el interior del país buscando apoyo para su planificada candidatura para las elecciones presidenciales del 98, en un caney en Carora, ciudad larense donde me desempeñaba como periodista de calle, y cuya entrevista no fue publicada, porque estaba prohibido entrevistar a golpistas. Hoy entiendo esa orden, hoy entiendo por qué debí pensar mejor mi decisión de contravenir las reglas. Hoy también comprendo que cuando tenga a bien desempeñar mi rol de elector consciente debo hacerlo pensando en el bienestar colectivo no en mis creencias políticas poco fundamentadas, que muchas veces no son las debidas. Ya entendida la lección. Hoy confronto este régimen destructor y me he batido con mi arrepentimiento de creer que un líder como Chávez era el que necesitaba Venezuela para cambiar su sociedad y sus instancias de poder.

Por eso hoy más que nunca, los venezolanos que quieren salir de esta pesadilla llamada socialismo del siglo XXI, deben salir a votar, porque la abstención no es la salida.

Esa admiración, ese sesgo ideológico, que me llevó a pensar solo en una vía para acabar con la hegemonía de los partidos tradicionales, en apenas dos años se disipó al darme cuenta de mi error. Cuando vi el desparpajo con el que el extinto expresidente Hugo Chávez le mentía al pueblo, cuando observaba la sumisión de sus seguidores ante sus intenciones de instaurar una dictadura en el país; entonces entendí que la cosa no iba bien; por lo que me regocijé en los intentos, por las buenas y por las malas, de acabar con este mal de raíz. En lo adelante voté en cuanta consulta se proponía la oposición para frenar las intenciones de perpetuidad de Hugo Chávez, el Galáctico, a quien Dios le cobró primero esta mala praxis de lo que realmente es la participación equitativa de la sociedad en la solución de sus problemas y de la búsqueda de su bienestar social.

Este socialismo con visos de castrocomunismo se enquistó como un parásito maligno en el estómago y en el cerebro de muchos venezolanos, ahora les queda morir infestados de este mal o remediar este cáncer con la terapia más eficaz, el voto. De allí que la salida no es la abstención.

No olvido las palabras de mi padre para hacerle frente a mis intenciones de apoyar ese entuerto político que destrozo las entrañas de mi país, de que ese “elemento” (Chávez) nos llevaría a un comunismo similar al de Cuba. Su advertencia comenzó, aunque un poquito tarde, a hacer mella en mi arrepentido pensamiento crítico.

Estaba segura que la alerta que mi padre me hizo sobre lo peligroso de apoyar o darle cabida en la administración del país a un “elemento” como Chávez, eran solo un evidente miedo al cambio; por ello le replicaba que no podía ser, que el comunismo no llegaría tan fácil a mi amada tierra, que si Chávez no servía se cambiaba y ya; pues resulta que no se pudo, y además fuimos directo a ese mar de felicidad cubano que nos tiene flotando entre el calor por la falta de electricidad, la sed por la escasez de agua, la miseria por la falta de sueldos honrosos, y a nuestros hijos dándose chapuzones en la incultura y en la enfermedad por la escasa educación y asistencia médica que reciben.

La «Unidad Perfecta» es la clave

Hoy estoy en un país vecino, donde se me niega groseramente e ilegalmente poder ejercer mi voto libremente. Todo fue una burla cuando el chavismo acordó permitir la inscripción de nuevos votantes y actualización de datos en el Consejo Nacional Electoral desde el exterior. Nadie nos ayudó a que se respetara nuestro derecho a sufragar desde cualquier lugar del mundo. La razón no es otra que la cantidad de votos fuera de Venezuela, que pasaban los 4 millones de electores. No podían correr ese riesgo, y evidentemente no lo hicieron. El testigo lo tienen ahora los venezolanos que están aún en Venezuela, son ellos los llamados a ser parte de esa dura carrera hacia la victoria. Se logrará si funciona la “Unidad Perfecta” que pregona la Plataforma Unitaria Democrática, cuyos miembros, pese a las trabas grotescas para inscribir a su candidato, tiene que asirse lo más fuerte posible de ese salvavidas llamado “Unidad y Voto”; porque les aseguro, la abstención nunca será la salida.

Qué doy a entender o qué quiero que piensen en este momento los venezolanos que tengan a bien leer este artículo, que, como pueden ver, en los 58 años de democracia que he vivido, en los casi siete cambios de gobiernos de los que he sido parte, está claro que en la cuarta República sé me permitió analizar mis candidatos, conviví con una diversidad de simpatizantes, pude discutir abiertamente los pro y los contra de estas presidencias, hubo libertad, ganó el que tenía que ganar, no hubo alevosía, violación de derechos electorales, ventajismo y se respetaban las instituciones.

Recuerdo que mi madre me decía no te pongas nada alusivo a política, nada blanco ni verde, cuando vayas a votar, porque te ponen presa; a mi abuela hasta su muerte en 1998 le permitieron votar por sus “Orejitas”, a mi tío por su gallo rojo, a mis amigos por el puño del MAS, y a mí, que cambiara de parecer cuantas veces se me diera la gana. Eso señores, es DEMOCRACIA.

Ahora bien, qué tenemos ahora o cómo vamos a esas elecciones, pues prácticamente con un fusil en la espalda, y por supuesto que pretenden que con una venda en los ojos.

Ya ni ser pobre es justificación para no entender que los cambios no se pueden dar sin la participación masiva de la ciudadanía. En la sociedad venezolana se observa claramente una nueva división social; antes eran clase baja, media y alta, ahora son clase misera y clase corrupta. Solo el que está donde hay, que decían los adecos, chupando tetas corruptas junto al régimen, tiene un poquito de estabilidad económica, aunque su moral sea la de un vikingo sanguinario, que corta la cabeza del enemigo y bebe su sangre para alcanzar poder, riqueza y liderazgo.

Pues no nos dejemos dominar por estas campañas de desprestigio, por estas acciones intimidatorias, hay que votar, y hay que hacerlo deslastrados de ese acostumbrado “quítate tú pa’ ponerme yo”, que yo creí que cambiaría con el mamotreto de socialismo que nos vendieron y que muchos compramos, para darnos cuenta más temprano que tarde que no valía ni un centavo y que era más de lo mismo: la misma corrupción, el mismo clientelismo, el mismísimo abuso de poder. Y qué decir de su demagogia, CAP se quedó corto ante tanta falacia; es por eso que hay que ir a votar, hay que vencer la abstención para lograr el cambio que merecen los venezolanos, y así darle un punto final a este mal sueño rojo, rojito, que parece sacado de un terrorífico guión cinematográfico de John Carpenter.

Nos arrebataron el voto libre, nos asesinaron la beligerancia y nos secuestraron la libertad de expresión, de prensa, de cuanto vaina se les ocurrió; pero reza el refrán que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista: a votar que la abstención no es la salida.

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