OPINIÓN

ERES MI ESPEJO

 

POR: Argenis Mendoza

Periodista / Doctor en Educación

 

Es frecuente escuchar que nos parecemos a nuestros padres, familiares, algunas veces a los amigos y, hay quienes afirman que hasta ciertos objetos se asemejan a sus propietarios, ideas fluctuantes entre la humanización y la cosificación, ejercicio mental en el cual también se inserta el lugar donde habitamos; sí, los sitios también se parecen a quienes viven en ellos.

De hecho, el ser humano es, por naturaleza, un comunicador constante de múltiples mensajes hacia su entorno, desde su comportamiento doméstico y social, lenguaje, dialectos, vestimenta, alimentación, el aspecto y color de su vivienda, la calle de su residencia, las plazas, avenidas, jardines, edificios, áreas verdes, entre otros elementos, conforman una combinación que expresa mucho de su personalidad, crianza, nivel educativo, grupo social, marcos mentales e identidad.

En tal sentido, nuestros pueblos experimentan –al menos cada cuatro años- algo que llamó: metamorfosis de colores, es decir, tras una contienda electoral, la organización con fines políticos que triunfa saca de sus depósitos su respectivo color emblemático, esparciéndolo por doquier, ni importa si la estructura tiene problemas o está colapsada, lo importante para ella es demarcar su territorio mediante la fijación de su carta cromática.

En consecuencia, nos hemos acostumbrado a visualizar en los espacios abiertos, edificaciones públicas y otras áreas comunes de nuestros pueblos (incluso las brochas y pinceles se extienden sobre estandartes, escudos e himnos locales) los colores rojo, azul, verde, blanco, amarillo, auténtica oda a la descomposición del espectro de luz visible, a través de las tonalidades cada agrupación política se ase de los espacios por muy tenebrosos, sucios, oscuros y sin servicios públicos que estos se encuentren.

Aunado a lo planteado anteriormente, numerosos pueblos de Venezuela y América Latina poseen nombres que, como ocurre con los colores son muy variados, los mismos van desde santos católicos, próceres independentistas, ex presidentes de la república, dirigentes políticos, figuras de la farándula, hasta llegar a héroes/villanos históricos propios o de otras nacionalidades (percepciones dependientes de los enfoques históricos), cuyas modificaciones siempre generan antagonismos entre pobladores y proponentes.

Sobre ese punto, las autoras Carbonari, Travaglia y Formento, en su libro Des-cubrimiento de América (2020: 23) afirman: «la construcción de la memoria fundacional, es también indicador y fundamento de una identidad social que se transmite de generación en generación posibilitando la empatía con dicha tradición. Las continuas reconstrucciones históricas pueden reavivar, reforzar el sentido inicial en función con el acto fundacional de la memoria inaugural o revisar dicha tradición. La escuela, a través de la voz de un manual escolar. La Iglesia, a través de la voz de su autoridad, el Papa, y la Academia, a través de uno de los libros de estudio universitario, refuerzan una tradición inaugurada hace 500 años».

Tomando en cuenta la opinión de las autoras, sociólogos y psicólogos sociales aseguran que nada es más difícil de desaprender en los seres humanos que sus tradiciones y hábitos, porque estos se sustentan sobre complejas bases históricas, sociales y psicológicas, en códigos compartidos por una parte significativa de la población, es decir, las personas asumen, al igual que lo hacen con sus nombres, el nombre de su pueblo, muchas veces de manera inercial, gran parte de ese colectivo en ocasiones desconoce el origen o significado de tal nombre, es decir para ellos da igual que se llame como alguien honorable o como un delincuente, desconocimiento atribuible a la educación familiar y formal.

Por consiguiente, toda iniciativa de modificación de un epónimo requiere un largo proceso de concienciación de su gentilicio, no debemos olvidar que esto se relaciona con la identidad del pueblo, su idiosincrasia y resistencia natural al cambio experimentada cuando se alteran las tradiciones, los hábitos e inclusive el discurso; en esa ardua labor comunicativa e informativa, el contraste entre lo desplazado y lo reemplazado debe ser la esencia de la estrategia transformadora, derivando de allí el resto de los factores a debatir y redimensionar, en este tipo de asuntos es fundamental contar con la anuencia de una sólida base social consciente, dispuesta a cooperar.

Para concluir estas reflexiones, así como nuestros nombres, viviendas, espacios, tradiciones, costumbres, hábitos y demás acciones humanas identitarias, todo lo que nos rodea es la denotación y connotación de nosotros mismos, digamos que nuestro espejo; es ese lenguaje icónico, simbólico, no hablado, pero sí visualizado que nos conduce a asumirnos como pueblos con características particulares, dentro de una colectividad llamada país y otro gran conglomerado denominado mundo.

 

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