OPINIÓN

LA IGLESIA QUE AMO

POR: P. JOSÉ ANDRÉS BRAVO H.

La Iglesia es de Cristo. Ella actúa conforme a su misión. Anuncia proféticamente el Evangelio de Jesús, da testimonio de comunión fraterna y trabaja para la gestación de una sociedad más humana, en la justicia, la paz, la libertad y el amor. Es signo e instrumento que revela a Dios con su servicio a la humanidad. Ésa es la Iglesia, de la que formamos parte todos nosotros.

No podremos comprender a la Iglesia sin aceptar por la fe que el Padre Eterno es quien, en su deseo de salvar a la humanidad corrompida por el pecado, la prefiguró desde el origen y la preparó admirablemente en la historia del pueblo de la Antigua Alianza.

Así mismo, tampoco podremos sentirnos Iglesia si no nos configuramos a Jesucristo, el Hijo de Dios quien, «en la naturaleza humana unida a sí, redimió al hombre, venciendo la muerte con su muerte y resurrección, y lo transformó en una nueva creatura. Y a sus hermanos, congregados de entre todos los pueblos, los constituyó místicamente su Cuerpo, comunicándoles su Espíritu» (Lumen gentium 7).

Del mismo modo, no podemos ser Iglesia si no habita en nosotros el Espíritu Santo. Espíritu que, en el pensar de los Santos Padres, es en la Iglesia lo que el alma es para el cuerpo humano (cf. Lumen gentium 7). Es el mismo Espíritu Santo quien «guía la Iglesia a toda la verdad, la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos, y la embellece con sus frutos» (Lumen gentium 4).

Ésta es la Iglesia que amo. En Ella Dios participa en nuestra historia para que nosotros podamos liberarnos del pecado y formemos parte  de la Comunión de Amor Divino.

En Ella podemos reconocernos hermanos y vivir la gracia de ser hijos de Dios por el bautismo. En Ella peregrinamos bajo el cayado del Buen Pastor, seguros y sin temor porque nos conduce por senderos justos. En Ella todos, como hermanos, bebemos del Agua Viva que nos hace vivir eternamente y comemos el Pan bajado del cielo para que nunca tengamos hambre.

En la Iglesia somos hijos del Padre Eterno, por el Hijo Jesucristo, en el Espíritu Santo, quien nos conduce en comunión hacia la eterna Comunión Trinitaria.

 

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