Según el «Libro de Apocalipsis», la guerra del final de los tiempos contra las naciones del hombre se producirá en el actual yacimiento de Megido, a 90 kilómetros al norte de Jerusalén, cuyos restos se siguen escalando a día de hoy
Según el «Libro de Apocalipsis», la batalla de Armagedón se producirá en Megido, a 90 kilómetros al norte de Jerusalén, cuando llegue el final de los tiempos. En ella se enfrentarán Dios contra las naciones del hombre, sin que nunca haya quedado claro a quién se refiere con estos: algunas interpretaciones aseguran que será contra Israel y los judíos; otras, contra Jerusalén, y una tercera hipótesis habla de Jesucristo junto a sus santos. Sea como fuere, en una cosa coinciden todos: Dios vencerá y el hombre será derrotado.
Hay sectores extremistas dentro de la religión que, en los últimos años, han asegurado que la batalla se producirá dentro de no mucho tiempo. Hablan, incluso, de las señales que lo indican: las últimas resoluciones de la ONU contra los asentamientos israelíes en la zona de Cisjordania, el último mandato del presidente Obama en Estados Unidos, la guerra de Siria o la persecución de los cristianos en algunos países, entre otras. Todos estos factores serían, según esta minoría, el caldo de cultivo que provocará la batalla final de la Humanidad en Megido.
Pero, ¿qué sabemos de sus restos arqueológicos, que atraen cada año a miles de turistas, la mayoría atraídos por la profecía? Según explica el profesor de historia del Próximo Oriente de la Universidad George Washington, Eric Cline, en su libro «Excavando el Armagedón: La búsqueda de la ciudad perdida de Salomón», los guías del complejo no dudan en saludar a los visitantes con un «Bienvenido a Armagedón».
Sabemos que el emplazamiento estuvo habitado entre el 7000 a. C. y el 300 a. C., y que en él se han librado más de doscientas importantes batallas. Por ejemplo, la victoria del faraón Tutmosis III a mediados del siglo XV a. C. contra una coalición de ciudades cercanas a Megido, la cual provocó que Egipto se hiciera dueño de una gran parte del Mediterráneo oriental. O la derrota del Rey Josías de Judá contra el faraón Necao II a finales del siglo VII a. C. Y hasta en la Primera Guerra Mundial, con el enfrentamiento entre el Ejército aliado del general Edmund Allenby y los otomano. «Megido, sin embargo, se menciona una docena de veces en la Biblia hebrea, así como en otros muchos textos de la Antigüedad, pero es especialmente conocido en el Nuevo Testamento como el escenario de la gran batalla entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal», escribe Cline.
«har-Meguido»
Megido fue bautizada, efectivamente, como «Armagedón» en el «Libro de Apocalipsis», que es el nombre con el que realmente se la conoce en Occidente desde hace siglos. Según la mayoría de los profesores especialistas en la Biblia, este procede de la forma hebrea «har-Meguido», que significa «Monte de Meguido». En el «Diccionario Bíblico Ilustrado» se traduce también como la «Montaña del degüello», que se convirtió en una de las ciudades más importantes del antiguo Próximo Oriente.
Su nombre aparecía ya en los jeroglíficos egipcios y es citado en escritura cuneiforme. Según las «Cartas de Amarna» –documentos grabados en tablillas de arcilla que Egipto enviaba a sus estados vasallos de Siria–, era un lugar muy importante porque estaba ubicado en la encrucijada del Valle de Jezreel, que dominaba varias rutas comerciales, según explica Robert Cargill en su libro «Las ciudades de la Biblia» (HarperOne, 2016). Y controlaba, además, la ruta comercial entre Egipto, Europa y Mesopotamia. «Estas destacadas rutas y las batallas épicas que se libraron para asegurar la zona e imponer sus propios impuestos han dado forma a la historia de Tierra Santa. Son la razón por la que Megiddo tiene la reputación de ser un famoso campo de guerra», añade este arqueólogo y profesor de estudios religiosos de la Universidad de Iowa.
No sorprende que los múltiples hallazgos hayan revelado, por lo tanto, que el enclave estuvo fortificado en el pasado. Las estructuras más representativas se levantaron, según las diferentes teorías, entre los siglos X y VIII a. C. Según la tradición judía, fue el Rey David y Salomón, al frente del pueblo israelí, quienes formaron un gran imperio en el siglo X a. C. con Megido como uno de sus principales cuarteles. A la muerte del segundo monarca, fue conquistado por Sisac, un rey egipcio que se suele identificar con el faraón Sheshonq. Pero uno de los hechos más importantes fue la guerra civil que, poco después, conllevó la formación de dos reinos enfrentados: el de Israel, en el norte y con capital en Samaría, y el de Judá, en el sur y con capital en Jerusalén.
El declive
El declive de Megido coincidió con el ascenso de los reyes asirios, que derrotaron tanto a Israel como a Judá. Dominaron la región hasta que, a mediados del siglo VI a. C., el Imperio persa los conquistó. Los últimos restos arqueológicos del yacimiento pertenecen a una época un poco posterior, aunque se sabe que, en tiempos de Alejandro Magno (356-323 a. C.), Megido era un pueblo absolutamente abandonado. Si no llega a ser por la arqueología de finales del siglo XIX, la temida ciudad de Armagedón seguiría enterrada.
Los visitantes que acuden hoy hasta este yacimiento israelí ven una elevación artificial provocada por los restos que los humanos han dejado allí durante miles de años. Los estudios y excavaciones confirmaron hace tiempo que dentro del montículo se encuentran los restos de, al menos, veinte ciudades antiguas construidas una encima de otra. Es decir, no es solo un Armagedón o Megido, sino muchos, cuyos restos arquitectónicos han ido quedando allí a través del paso de los diferentes pueblos, culturas o ejércitos que lo han poblado.
Todo comenzó con el investigador estadounidense Edward Robinson, que visitó Tell el-Muttasellim en 1838 e identificó el lugar como Megido. A finales del siglo, la zona ya estaba controlada por Alemania, que fue quien financió la primera excavación oficial. La expedición estuvo dirigida por Gottlieb Schumacher en representación del gobierno del káiser Guillermo II, cuyas técnicas fueron criticadas posteriormente. Aún así, abrió el camino para proyectos futuros.
El siglo XX
Ya en el siglo XX, destacó la expedición de la Universidad de Chicago, entre 1925 y 1939. Son estos descubrimientos los que documentaba el libro de Cline, uno de los cuales fue una serie de «establos» que los investigadores pensaron que fueron construidos por el Rey Salomón. Hoy, sin embargo, la mayoría de arqueólogos creen que no fue él, aunque sí alguien contemporáneo, alrededor de 970–930 a. C. Otro hallazgo fue el «Megiddo Ivories», un tesoro de cerca de 382 objetos de marfil encontrados junto a una serie de entierros humanos y animales. Algunos de los marfiles tienen inscripciones jeroglíficas egipcias. Y también aparecieron una serie de tableros de juego, peines y cajas del mismo material, cuya abundancia ha sido causa de debate entre los investigadores.
Una excavación reciente de la Universidad de Tel Aviv, en Israel, descubrió un «Gran Templo» del año 3000 a. C. Según la reconstrucción de los investigadores, que fue publicada en el «American Journal of Archaeology» en 2014, este incluye una enorme sala rectangular con dos pasillos detrás. También descubrieron evidencias de un lugar de culto o los restos de un templo, que debió ser la estructura más monumental de la época en esa zona del Mediterráneo Oriental, según los responsables.
Esta misma expedición encontró también unas elaboradas puertas datadas en la mencionada época del Rey Salomón, que según la Biblia fue el tercer y último monarca del Reino unido de Israel. Se trata de dos trabajos artesanos de gran calidad, que incluían dos grandes torres en la parte delantera, las cuales estaban generalmente custodiadas por arqueros y soldados con lanzas dispuestos a cerrar el paso a cualquier invasión. Y, por último, un importante sistema de túneles para transportar el agua desde un manantial cercano hasta la ciudad. Este comienza en un pozo de 30 metros de profundidad y es, según Cargill, «el logro de ingeniería más impresionante en Megido», ya que su diseño permitió a los habitantes tener acceso al agua cuando la ciudad estaba sitiada.
Los trabajos arqueológicos continúan a día de hoy y están dirigidos por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv, a pesar de que su principal atractivo turístico siga siendo la profecía bíblica de la batalla final entre Dios y los hombres.