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Obispo de Cabimas presidió misa en honor a la Virgen del Rosario

EL REGIONAL DEL ZULIA

CABIMAS.-Monseñor, Ángel Caraballo, obispo de la Diócesis de Cabimas, ofició la solemne misa en honor a la Virgen del Rosario por ser, este 07 de octubre, el día de la Santa Patrona de la ciudad de Cabimas. La Eucaristía inició a la 9 de la mañana y estuvieron presentes las autoridades municipales y un importante grupo de feligreses. El coro de la Catedral entonó hermosas melodías de paz y fraternidad. Durante la homilía monseñor dio su mensaje de armonía y tranquilidad e instó a los ciudadanos a no cansarse  de recitar el Santo Rosario.

Homilía de Nuestra Señora del Rosario, 07 de Octubre de 2.021.

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Bendecimos al Señor porque nos permite celebrar esta solemnidad  de Nuestra Señora del Rosario, patrona de este municipio y de la diócesis de Cabimas.

¡Tanto nos ama el Señor que nos ha puesto bajo el amparo de su Santísima Madre!  Permítanme esta confidencia: Cuando nuestro queridísimo Papa Francisco me nombró obispo de Cabimas, y debía buscar un lema para el escudo episcopal, inmediatamente vino a mi mente y corazón, el inicio de la oración más antigua que se ha escrito de la Virgen María “Bajo tu amparo, nos acogemos”. Y, en efecto, estamos bajo el amparo de la Madre de Dios y la advocación de la Virgen del Rosario está presente en todos los arciprestazgos y municipios de nuestra diócesis.

En el Municipio Santa Rita, tenemos la advocación de Nuestra Señora del Rosario de Aránzazu. En Cabimas, Nuestra Señora del Rosario. En Lagunillas, Nuestra Señora del Rosario de Paraute. En Valmore Rodríguez, Nuestra Señora del Rosario de Fátima. En Baralt, Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá. Y, en el municipio Miranda, está bajo la poderosa protección de Nuestra Señora de Altagracia.

Y si hacemos un estudio atento de la vida y la actuación de la Santísima Virgen en la historia de la salvación, nos daremos cuenta que ella cooperó, libre y voluntariamente, a nuestra salvación. Por ese motivo, la Iglesia invita a los sacerdotes a cuidar esmeradamente el culto mariano, como lo solemos hacer. En el capítulo 8 de la Constitución Dogmática “Luz de las gentes”, encontramos las siguientes indicaciones:

  • “…exhorta encarecidamente a los teólogos y a los predicadores de la palabra divina a que se abstengan con cuidado tanto de toda falsa exageración cuanto de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios. No olvidar que María no es Dios, por eso, no le podemos el culto de latría, adoración. Pero tampoco debemos olvidar la gran dignidad que le concedió el Señor al ser la madre de su hijo.
  • Cultivando el estudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Doctores y de las liturgias de la Iglesia bajo la dirección del Magisterio, expliquen rectamente los oficios y los privilegios de la Santísima Virgen, que siempre tienen por fin a Cristo, origen de toda verdad, santidad y piedad.
  • En las expresiones o en las palabras eviten cuidadosamente todo aquello que pueda inducir a error a los hermanos separados o a cualesquiera otras personas acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia.
  • Recuerden, finalmente, los fieles que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes…”(LG, 67). Esa es la verdadera devoción conocimiento, imitación, servicio; no mero sentimentalismo.

Hay un principio en Mariología que dice De María nunquam satis, es decir, “De María nunca sabremos lo suficiente”. Y será muy difícil expresar con palabras toda la grandeza de la que es la Hija predilecta del Padre, la madre de Dios Hijo y la esposa de Dios Espíritu Santo. 

¿Cómo vamos a dejar de celebrar a aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra? ¿Cómo no vamos a ensalzar a aquella que es la Bendita entre todas las mujeres y que ha dado al mundo el fruto bendito de su vientre, Jesucristo, nuestro Salvador? ¿Cómo no vamos a unirnos a la celebración de las generaciones de nuestros antepasados felicitando a la Virgen Inmaculada por las obras poderosas que Dios ha realizado en ella? Toda la devoción que rinde el pueblo católico tienes sus raíces bíblicas, es querida por Dios, y nos une más a él.

Seguro que todos conocemos la historia de este bello título mariano. Corría el  año  1571, la cristiandad estaba en peligro. Las tropas turcas en su guerra de religión contra el cristianismo amenazaban con destruir la fe cristiana de Europa. Los reinos católicos se unen para hacerle frente. El Santo Padre San Pío V, de la orden domínica, se une a la defensa de nuestra fe y de la integridad cristiana de las naciones católicas. Confiando más en Dios que en las propias fuerzas militares, el Papa pide a la cristiandad el rezo del rosario. Desde los palacios, a las casas más humildes, de las ciudades a los pequeños pueblos y aldeas, los ancianos y niños, jóvenes y desde los claustros de los monasterios a los lugares de trabajo de las ciudades, se eleva al cielo el rezo del santo rosario. Todos se unen a este ejército espiritual de oración, para que Dios no abandone a su pueblo ante la invasión de la religión islámica.

Dios da la victoria a la cristiandad, y en acción de gracias, el Papa establece esta fiesta en honor a nuestra Señora del Rosario, nuestra Señora de la Victorias.

Y eso es lo que estamos haciendo en estos momentos, en esta Eucaristía, y lo haremos en la procesión, y lo hacemos todos los días cuando recitamos el Santo Rosario.

Después de la Misa y el Oficio Divino, el rezo del rosario es una de las formas más excelentes de oración. Así lo expresa la Iglesia en su magisterio. ¡Más de 500 documentos han escrito los papas cantando sus virtudes y recomendando el rezo diario! “Santísima Devoción, la fórmula más eximia y más excelente de oración” –decía el Papa León XIII,

¿Por qué el rosario esta tan grande? ¿Por qué la Iglesia es lo que más estima después de la santa misa y el oficio divino? Porque cuando rezamos el Rosario nos unimos a la Virgen Santísima. Ella es Maestra de oración, porque ha sido la criatura que mayor grado de unión ha tenido con Dios en este mundo.

En la oración del rosario, como todas las otras devociones a la Virgen, nos unimos primeramente a su propio canto de alabanza, a su Magnificat.

Y al mismo tiempo, al rezar con María, Madre de la Iglesia, pedimos  su intercesión. A ella, Medianera de todas las gracias, confiamos nuestras súplicas para que como Madre amorosa nos ayude en nuestra peregrinación por este mundo. Hemos de confiar en el poder de la Virgen, como da testimonio la vida de los santos y como nosotros mismos seguro ya hemos experimentado. Nadie de los que haya acudido a ella e implorado su protección ha sido desamparado –argumenta confiado san Bernardo en su oración del Acuérdense. Por eso, se le ha llamado Omnipotencia suplicante. Nadie ha sido desamparado, por eso nosotros hemos de acudir confiadamente, como el niño que sabe que en su madre tiene el refugio y el consuelo.

Mis queridos hermanos: ¡no nos cansemos de recitar el Santo Rosario!

Ojalá que podamos seguir el consejo que nos dejó San Bernardo, un gran amante de la Virgen:

  • Si surgen tormentas de tentaciones, o caes sobre las rocas de la tribulación, mira a la estrella, invoca a María. Si eres lanzado por las olas de orgullo o ambición, detracción o envidia, mira a la estrella, invoca a María.
  • Si la ira o la avaricia o los deseos de la carne se estrellan contra la nave de tu alma, vuelve tus ojos hacia María. Si, preocupado por la enormidad de tus crímenes, avergonzado de tu conciencia culpable, aterrorizado por el temor al juicio, comienzas a hundirte en el abismo de la tristeza o el abismo de la desesperación, piensa en María.
  • En los peligros, en la angustia, en la duda, piensa en María, invoca a María. Que ella esté siempre en tus labios, siempre en tu corazón; y cuanto mejor obtener la ayuda de sus oraciones, imitar el ejemplo de su vida.
  • Siguiéndola, no te alejas; invocándola, no te desesperes; pensando en ella, no vagas; sostenido por ella, no te caigas; protegido por ella, no temes; guiado por ella, no te canses; favorecido por ella, alcanzas la meta.

Amantísima Madre: bajo tu amparo, nos acogemos. ¡Protégenos y defiéndenos, como hijos y posesión tuya. Amén!

Monseñor Ángel Caraballo, obispo de la Diócesis de Cabimas

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