OPINIÓN

LA IGLESIA, SERVIDORA DEL REINO DE DIOS

POR: P. JOSÉ ANDRÉS BRAVO H.

Seguimos la línea de la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium (LG), del Vaticano II. En su primer numeral nos enseña que la Iglesia no es en sí, sino en Cristo. Él es la razón de ser de su existencia en el mundo y la motivación más profunda de su misión. En ese mismo numeral también nos dice que la Iglesia no es para sí, sino para el servicio de la humanidad: «La Iglesia es en Cristo como un Sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). Por eso el Papa Francisco insiste en que la Iglesia no es autorreferencial: «Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La Alegría del Evangelio es para todo el Pueblo, no puede excluir a nadie» (Evangelii Gaudium 23).

La Lumen gentium nos enseña, además, que la Iglesia es servidora del Reino de Dios: «Por eso la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra» (LG 5). Conviene reflexionar sobre el Reino de Dios, fin de nuestra historia.

Dios nos creo para que vivamos en libertad y en comunión fraterna. El pecado rompe las relaciones con el Absoluto, entre los seres humanos y con la naturaleza. Los Obispos Latinoamericanos lo explican así en el Documento de Puebla: «El hombre, ya desde el comienzo, rechazó el amor de su Dios. No tuvo interés por la comunión con Él. Quiso construir un reino en el mundo prescindiendo de Dios. En vez de adorar al Dios verdadero, adoró ídolos: las obras de sus manos, las cosas del mundo; se adoró a sí mismo. Por eso, el hombre se desgarró interiormente. Entraron en el mundo el mal, la muerte y la violencia, el odio y el miedo. Se destruyó la convivencia fraterna.  Roto así por el pecado el eje primordial que sujeta al hombre al dominio amoroso del Padre, brotaron todas las esclavitudes. La realidad latinoamericana nos hace experimentar amargamente, hasta límites extremos, esta fuerza del pecado, flagrante contradicción del plan divino» (Puebla 185-186).

Por eso el Pueblo de Israel cae en la esclavitud en Egipto. Pero, Dios no podía dejar que ningún humano fuera esclavo, sin la posibilidad de soñar por la libertad y la fraternidad. El mismo Creador se hace presente para liberar a Israel y convertirlo, por medio de una Alianza, en su Pueblo. En una tierra próspera construye un Pueblo con un sistema social diferente al de los otros. No un reino, sino un rebaño gobernado por un Pastor. Un Pueblo con libertad responsable, donde cada uno forma parte de una comunidad (tribu), para servirse entre sí como hermanos.

Israel pidió un Rey para poder estar a la par con las demás naciones del mundo. Sin embargo, Dios le dio un Pastor, a David, para que gobernara con la sabiduría divina. Así, Israel se convertió en prefigura del Nuevo Pueblo de Dios y David del Rey que inaugura el Reino definitivo de Dios, con Jesús, el Hijo de Dios encarnado. En este sentido, los Obispos en Puebla concluyen que «la Iglesia es un Pueblo universal, destinado a ser ‘luz de las naciones’ (Is 49,6; Lc 2,32). No se constituye por raza, ni por idioma, ni por particularidad humana alguna. Nace de Dios por la fe en Jesucristo. Por eso no entra en pugna con ningún otro pueblo y puede encarnarse en todos, para introducir en sus historias el Reino de Dios» (Puebla 237).

 

En este tema debemos seguir profundizando.

.

LOGO EL REGIONAL DEL ZULIA - BOTON PRINCIPAL

Suscríbete a nuestro boletín

Reciba nuestro resumen con las noticias más importantes directo a su buzón.