sábado, abril 27, 2024
OPINIÓN

TURBULENCIA ESPIRITUAL

 

POR: DR. ALIRIO FIGUEROA ZAVALA.

Individuo de número de la Academia de Ciencias Jurídicas del Estado Zulia.

Si al modernismo se atribuye la rebelión, al postmodernismo se le mira con desencanto; porque vivimos tiempos difíciles. Parecería que los productos del espíritu que en otros tiempos sirvieron para animar la sociedad y orientar la historia se agotaron.

Parece que una suerte de escepticismo se instala un poco en todas partes; y en paralelo, la humanidad se muestra harta de realizaciones, pero falta de ideas. Nunca antes tuvimos más prosperidad, pero paradójicamente tenemos más hambre en el mundo.

En nuestro país, tenemos la impresión que la esperanza corre peligro. Una postura que envuelve un conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación, quiere confiscar la esperanza.

Se repite que no hay salidas; que no somos capaces; que somos improductivos, pero sobre todo, que no hacemos posibles las soluciones; y, de allí que la sociedad exhiba amargura. Tenemos una clase política, en nuestra opinión deslegitimada que la hace vacilar y titubear. Los servicios públicos tienen en común una grosera ineficacia.

Parte de la sociedad vitorea el populismo, mientras que otra parte tiene encajada en el costado la profunda pobreza espiritual que la aflige; y como diría el poeta Efraín Subero a la elite gobernante le pasa “Como el que está de regreso sin haber ido nunca”.

En la turbulencia espiritual en que vivimos, la sociedad tal vez quisiera despolitizarse; porque se parte de que la consideración de los asuntos de todos ya no interesa a todos. Como si pudiera cada uno individualmente inventarse un porvenir. Como si lo público y lo colectivo quedaran para el recuerdo.

Frente a todo lo anterior debemos reaccionar. Es necesario ayudar a pensar el futuro. Los partidos políticos deben ser una versión, bien elaborada de la sociedad civil y por supuesto no antagonizar con ella. Hay que pensar en el rol del Estado, en el nuevo papel que ha de jugar en la economía; porque al Estado omnipresente e ineficiente hay que sujetarlo a tratamiento.

No se trata simplemente de sanear las finanzas públicas, más que eso se debe encontrar la forma en que el Estado permita asistir la economía y propender al desarrollo humano, al empleo, a la seguridad social, a la salud, etc. El Estado inevitablemente, inexorablemente, ineluctablemente debe cambiar.

No se debe seguir concibiendo al Estado como empresario. Se deben ensayar nuevas fórmulas que se alejen equilibradamente tanto del socialismo como del capitalismo salvaje; en pocas palabras debemos recurrir a la imaginación política para encontrar el equilibrio.

Esta es la verdadera razón de la política de este tiempo, si entendemos por política la gestión de los asuntos de todos. Estas reflexiones deben convocarnos a todos, porque la decisión concierne a todos y no podemos escaparnos de la realidad.

Debemos estar claros que es necesario apartarnos de los maniqueísmos que explican las perversiones y distorsiones de las que hemos sido a ratos víctimas y a ratos victimarios. Estamos ante una realidad que no cambiará con palabras, segmentando la sociedad o negando la política. Cambiará con la fuerza de las realidades; pero del cambio se ha hablado tanto que lo hemos banalizado.

Todas las cosas buenas que tenemos si las vemos no las miramos, las tenemos, pero no las apreciamos. Con el cambio pasa otro tanto, todo el mundo habla de cambiar, inclusive se habla de un nuevo hombre, pero a la hora del cambio muchos piensan que es para los demás. En el comienzo del siglo XXI, prácticamente el cambio ya llegó.

Vivimos su hora aún sin habernos percatado en el reloj de nuestra conciencia; por esto invocando al escritor francés Víctor Hugo, para concluir, podemos decir: “Nada es más poderoso que una idea a la que le ha llegado su hora”

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