martes, mayo 7, 2024
OPINIÓN

Edinson Martinez: Ciudad Ojeda en tres tiempos

“A pesar de que cuando llegaban a Venezuela los inmigrantes se encontraban con que
las condiciones de trabajo no eran las que se les había hecho ver en una campaña
engañosa, ellos contribuyeron con su trabajo, en los últimos 10 años, al progreso del
país. Han impulsado el comercio y la industria privada. Ciudad Ojeda, la más nueva y
también una de las más modernas ciudades venezolanas, está constituida en su mayoría
por familiares italianos, cuyos hijos son venezolanos…”

“Cuando era feliz e indocumentado”
Gabriel García Márquez

Cuando me asomé a la puerta del avión, parado, mirando el paisaje por la escalerilla, ya
mis pies no soportaban más, estaban tan hinchados que no pude evitar agacharme para
desanudar las trenzas buscando alivio. Tenía entonces once años y regresaba medio
muerto como de un largo destierro, pero contento de volver a mi ciudad aun cuando
fuera por pocos días. Así, el sol enfurecido de Grano de Oro, pese a su implacable
fuego, desde el poniente colérico, parecía saludarme jubiloso por aquello que
únicamente a mí se me ocurría pensar: regresar a mi pueblo de cuatro calles.

La noche anterior, con una fiebre que me hacía temblar hasta el pelo, la pasé yendo y
viniendo de la cama al retrete con una diarrea incontenible. Sentía que me moría
entonces, una sensación que a lo largo de la vida se puede llegar a experimentar varias
veces, como, en efecto, volvió a sucederme justo un día como hoy, hace dos años,
cuando el Covid19 casi me empuja al otro lado, como lo hizo con mis suegros con un
día de por medio, precisamente mientras desde mi cama, con el pecho estrujado como si
una camisa de fuerza lo encorsetara, escuchaba detrás de la bombona de oxígeno a mi
costado un coro de voces surgiendo de la nada, como las de un disco corriendo a baja
revoluciones.

Entre aquel pueblo de pocas calles importantes y la ciudad que hoy nos acoge medía un
interesante recorrido, una historia de avances y retrocesos, como podría suponerse
ocurre con las personas y también con los pueblos, sin embargo, si tuviéramos que
hacer una disección –permítanme el término– histórica de Ciudad Ojeda, tendríamos
que destacar varios puntos de quiebre o hitos referenciales. El primero de ellos se inicia
con su fundación, naturalmente, mediante decreto presidencial del 19 de enero de 1937.

Con este acto administrativo, el estado venezolano por primera vez, al menos en el siglo
veinte, con base a sus competencias legales, dispone la creación de una ciudad,
estableciendo un perímetro, un nombre, los fundamentos para tal iniciativa y finalmente
una inversión inicial.

Nuestra ciudad, fue creada para albergar a los pobladores de Lagunillas de Agua, una
previsión gubernamental para solventar las dramáticas condiciones de vida de aquella población y prevenir la ocurrencia de accidentes con pérdidas de vidas humanas.

Sin embargo, por esas razones que sólo el apego al corazón entiende, los pobladores de
Lagunillas, se resistieron a mudarse a un caserío sin futuro, apartado –así se percibía
entonces–, y naturalmente solitario que llevaría por nombre una tal Ciudad Ojeda. No es
sino cuando ocurre el pavoroso incendio del 13 de noviembre de 1939 cuando ya por
razones de emergencia se inicia el poblamiento de la nueva ciudad.

Aquellos eran días de transición política en el país y también de una gran conflagración
en el resto del mundo. Eran los tiempos previos al inicio de la segunda guerra mundial,
el conflicto armado más grande en la historia de la humanidad…, pero ustedes se
preguntarán… ¿Y eso que tiene que ver con nosotros, con Ciudad Ojeda?
Pues bien, esta ciudad, a la que inicialmente nadie quiso mudarse bien porque no le
avizoraban futuro o por simple apego al pueblo de Lagunillas de Agua, además de ser,
como dije antes, el primer caso en que deliberadamente se funda una ciudad, constituye
también el primer caso en Venezuela en que se ejecuta un trasvase masivo de una
población a otro espacio territorial.

El país ante la demanda mundial de crudo consolida su posición como un proveedor confiable, con un enorme potencial para incrementar progresivamente, como en efecto lo hizo, su producción petrolera en la década de los
cuarenta y subsiguientemente.

El epicentro de dicho ascenso estuvo en la costa oriental del lago de Maracaibo, y en Ciudad Ojeda, la joven ciudad, proyectándose así con un rápido crecimiento en todos los ámbitos.

Un segundo punto referencial lo constituye su despegue propiamente dicho. Entre las
décadas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta se mudaron a ella gentes de todas
partes del país, principalmente orientales y andinos que consolidaron con su
permanencia la nueva ciudad. Del resto del mundo al calor de la febril actividad
petrolera de la zona, vinieron italianos, españoles y antillanos que sembraron para
siempre en nuestra tierra su cultura, su manera de ser y costumbres, se amalgamaron a
los locales para germinar lo que hoy representamos en el Zulia.

El mundo entonces era un hervidero, en septiembre de 1939, Alemania invade a Polonia
y esto hace que Gran Bretaña y Francia entren definitivamente en la guerra. Italia con
Mussolini a la cabeza entra en guerra en junio de 1940, cuando recién se culminaban a
toda carrera las primeras 19 casas de Ciudad Ojeda. Alemania declara su victoria sobre
Francia. Los primeros italianos que comienzan a poblar a Ciudad Ojeda, comienzan a
llegar después de 1940, venían despavoridos por aquella locura que sobrecogía al
mundo. España, ahora bajo el yugo franquista, cerraba el ciclo de la república, luego de
una cruel guerra civil que todavía tiene heridas por sanar.

Así que, Ciudad Ojeda, inicialmente un caserío del antiguo distrito Bolívar, se fue
levantado desde la inexistencia, desde incluso no aparecer en el mapa y en la división
político-territorial del estado, de la nada que solo constituía un papel en decreto de
incierto porvenir, hasta llegar a ser la capital del distrito Lagunillas en 1978, luego de la
separación del viejo y extenso distrito Bolívar, y más tarde capital del Municipio
Lagunillas por virtud de las modificaciones de ley que crean los municipios como
entidades territoriales autónomas, y por último la tercera ciudad del estado.

Podríamos decir que la historia de esta ciudad es singular en casi todos sus aspectos. El
petróleo es y ha sido su gran motor socioeconómico.

Si hiciéramos un ejercicio de imaginación y desapareciéramos la explotación petrolera de nuestros linderos,
probablemente muchos de los pueblos y ciudades de hoy no existirían; otros serían algo
muy distinto de lo que hoy representan. Pero, Ciudad Ojeda, estamos absolutamente
seguros de que no existiría ni siquiera en la imaginación. La razón es muy sencilla,
Cabimas, Santa Rita y Los Puertos de Altagracia existen en este mundo desde antes de
la explotación petrolera. Cabimas, por ejemplo, recién acaba de cumplir 264 años. La
historia de Los Puertos de Altagracia se remonta a 1529, y, Santa Rita, a 1799.

Así que, nuestra ciudad es la consecuencia del modelo de explotación petrolera iniciado a
comienzos del siglo pasado. También por ello nuestro modelo de desarrollo local está
fundamentado en el petróleo, este nos ha dado crecimiento económico, demográfico y
dinamismo productivo, no es por casualidad que la segunda zona industrial construida
en el Zulia, luego de la de Maracaibo, haya sido la nuestra, en 1968.

Que tengamos una especialización productiva en el área industrial, lacustre y metalmecánica, como pocas
en el país. Esto paradójicamente nos ha hecho vulnerables y dependientes del negocio
petrolero, de sus vaivenes internacionales, de las políticas del Estado en materia
energética, y más grave aún, de las pulsiones alucinantes de cualquier gobernante, como
en efecto sucedió en 2009 con las expropiaciones a todo el acervo industrial privado
petrolero levantado a pulso por casi el mismo tiempo de fundada la ciudad. Adicional,
por si fuera poco, hemos de agregar el monumental impacto ambiental que el petróleo
nos ha dejado y que por razones de espacio no abordaré.

Un tercer ciclo en el desarrollo local vendría a ser el iniciado precisamente después de
las expropiaciones petroleras citadas antes. En este la capacidad económica de su
autoridad local comienza a verse disminuida sustancialmente, iniciando un periodo
hasta nuestros días donde la composición del presupuesto, específicamente el rubro de
impuestos de industria y comercio, aquel que manifiesta la fortaleza económica local,
empieza a perder peso en la estructura financiera municipal, es decir un claro retroceso
en las capacidades de gestión.

De este modo los aportes presupuestarios nacionales
ganan entonces terreno en la composición del ingreso municipal, cuando
precedentemente su peso era mucho menor. Para que tengamos una idea del hecho,
señalo, por ejemplo, que para 2008, el rubro del impuesto citado, representaba el
48.22% del presupuesto municipal, y ya para 2010 se había reducido al 20,67%
En conclusión: el otrora municipio financieramente sólido, es ahora
presupuestariamente dependiente del gobierno nacional por virtud de la brutal
afectación a su infraestructura industrial representada por las expropiaciones.

No quiero adicionar al brete gubernamental mencionado, el colapso económico de
PDVSA y la recesión sufrida por el país durante varios años, porque sería demasiado
extenso el presente escrito, pero es comprensible que mucho tiene que ver con el
menguado estado del municipio Lagunillas.

El tiempo presente nos plantea varios desafíos, entre ellos, construir el futuro sobre la
base de una menor presencia del petróleo en nuestro desempeño económico y social,
valdría la pena apostar a una ciudad moderna, mediana en sus dimensiones y bien
equipada de servicios capaz de atraer gente a vivir y trabajar en ella, con un fuerte
desarrollo de su sector terciario de comercio y servicios, aprovechando nuestras ventajas

de localización en la costa oriental del Lago. Es un proceso de transición paulatina que
implica repensar nuestro municipio, reinventarlo a partir del acervo y fortalezas
acumuladas a lo largo de su historia productiva. Constituye en ese sentido, un cambio
importante en nuestro modo de vida, típicamente minero y de severa vulnerabilidad
económica, para apuntalar las ventajas competitivas que poseemos, a fin de abrirle
cauce a una nueva realidad local.

Tal vez no sean suficientes para convertirnos en el
paraíso terrenal, pero sí, en un lugar atractivo para vivir, porque Ciudad Ojeda, es una
envidiable muestra de tenacidad y perseverancia, es cuna y cobijo de gente
emprendedora venida de lugares remotos del mundo y también surgida de sus entrañas
en ese maravilloso empuje que logró consolidar en más de ocho décadas.

De pronto si nos proponemos un modelo similar al de ciudades alternativas que ya se
han visto en otras regiones de Venezuela, por ejemplo, es el caso de la gran Caracas y
las regiones aledañas, de Valencia y los municipios cercanos, o quizás, Barquisimeto y
Cabudare, y así tantos otros ejes urbanos. Mucho se habrá escuchado hablar de las
grandes ciudades del mundo que siempre terminan por impulsar pequeñas ciudades a
sus alrededores, modestos y medianos lugares, apacibles y manejables, que consiguen
tener el confort de la vida moderna y se ahorran las complicaciones de las grandes
concentraciones urbanas. Tal vez, se me ocurre pensar, pueda ser ese nuestro futuro a
largo plazo.

Es preferible labrarse ese camino antes que el de pueblo grande, medio
fantasmal y arruinado, porque el motor económico que la mueve ya no representa lo que
en el pasado fue.

Reivindico el realismo de sonar, el ensayo para la felicidad que a veces suele ser la vida,
el afán cotidiano de imaginarse un futuro donde la vida sea mejor y las relaciones más
justas, enriquecedoras, positivas y siempre en paz, y en especial con un derecho que
todo lo condiciona, el del acceso al conocimiento y a la cultura como la base para el
progreso.

Tengo una ventana desde donde puedo ver pasar la gente por las calles en sus rutinas
interminables. A veces las veo apresuradas y agitadas, otras veces tranquilas y serenas,
como despreocupadas y entregadas al ir y venir de cada día.

Seguro hay de todo un
poco, en fin de cuentas es la vida misma la que veo caminar desde mi ventana. De vez
en cuando me siendo a ver la ciudad, a escucharla también, a oír sus quejidos, sus
sonidos naturales y artificiales que fundidos en uno solo tienen todos los pueblos y
ciudades del mundo.

Por esas calles que ahora veo camina mi niñez, me atrapa el
recuerdo escurridizo de mis años dejados en ella. Toca también ahora imaginarla para
empeñarse con optimismo en la construcción de un futuro mejor

Edinson Martinez

@emartz1

18 de enero de 2023

 

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